FRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS | Deán de la Catedral de Jaén y delegado diocesano de Patrimonio Cultural
“la diversidad de matices en la forma de ejercer el ministerio petrino que han mostrado los últimos papas no depende solo de las variantes circunstancias históricas o del talante persona…”.
Sin duda alguna, el año que ya hemos dejado atrás ha sido en la Iglesia, y en el mundo, el año de Francisco. La sorprendente dimisión de Benedicto XVI dejó paso a la elección del primer papa no europeo desde hacía muchos siglos. Un papa que reconocía que venía del fin del mundo, pero que marcó el inicio de un modo nuevo de entender el ministerio petrino.
En sí, los aires nuevos no son novedosos en la historia más reciente de la Iglesia. Suele suceder en el izzznicio de un pontificado. Cuando en 1978 fue elegido Wojtyla, sus primeras actuaciones parecieron dejar pronto casi en el olvido a Pablo VI. El expresivamente sobrio Benedicto XVI atrajo más peregrinos a sus audiencias generales que Juan Pablo II, y Francisco sigue suscitando un interés cada día más creciente, hasta el punto de que la revista Time lo ha nombrado Hombre del Año.
Creo que la diversidad de matices en la forma de ejercer el ministerio petrino que han mostrado los últimos papas no depende solo de las variantes circunstancias históricas o del talante personal. Más bien me parece expresión del inagotable valor del acontecimiento cristiano, que se palpa al estudiar el devenir histórico de la Iglesia.
Y no se puede olvidar que lo humano de la Iglesia no arranca con el pecado del hombre, sino con la encarnación del Hijo de Dios, que mete en la existencia humana los aires nuevos del amor infinito del Padre, pues, como escribió san Gregorio de Nisa: “Dios se une al hombre para levantar al hombre hasta la altura de Dios”.
En el nº 2.877 de Vida Nueva.