Algo más de cien días

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Los ciento y pico días del papa Francisco, cortos en medida de tiempo, han sido de bonanza y abundante cosecha…”.

Como si de una bondadosa tregua de gracia se tratara, se conceden estos días de respeto y expectativa para ver cómo va actuando y defendiéndose el gobierno de turno. Una especie de concesión benévola, de confianza y espera, que se otorga al elegido para que desarrolle su trabajo. En este caso, el de su ministerio, pues se trata del papa Francisco.

Dejando a un lado todo lo que puede tener de convencional y de sospechosa actitud de vigilancia para ver la cuenta de resultados y dónde ha quedado el nivel de expectativas respecto al futuro, ese tiempo de los cien días, en el calendario de Dios, no tiene mucha importancia, pues la forma de medir no llega por las semanas y meses transcurridos, sino por la intemporalidad de una providencia siempre actual y con unos horizontes insospechados, pero siempre colmados de justicia y de paz, que así son las cosas en el Reino de Dios.

Los ciento y pico días del papa Francisco, cortos en medida de tiempo, han sido de bonanza y abundante cosecha, pues ha crecido la esperanza, el aprecio a los gestos de bondad, de ternura y misericordia. Ha puesto en marcha algunas acciones de las que se esperan los mejores y más eficaces resultados. Las gentes se sienten más cerca de Dios cuando escuchan al maestro de la fe, porque aprecian en él la presencia del testigo de Jesucristo.

Como era de esperar, hicieron su aparición los consejeros de salón y boquita –de mucho pico y poca pala, como diría el castizo– ofreciendo un montón de consejos, no siempre encaminados a buscar el bien de la comunidad, sino para arrimar los intereses a los propios objetivos y, de paso, se limpie aquello que le molesta a uno mismo, aunque no se haya detenido mucho en pensar qué es lo que la Iglesia necesita en este momento y cuál sea la función que el Papa tiene que desarrollar.

El otro grupo es el de los agoreros, pesimistas y desconfiados, que se afanan, con una imaginación cargada de malos presagios, en quitarle brillo y eficacia a los gestos del Papa, a echar de menos esto y lo otro, a juzgar precipitadamente sobre los acontecimientos y marcar las líneas del desencanto.

No faltarán los recelosos, que pueden sentirse incómodos pensando que no se les dará todo el espacio de protagonismo que creen merecer en la Iglesia, o los amantes de una forma de hacer las cosas que no pueden estar dentro del estilo del nuevo Papa.

La valoración más objetiva y generalizada contempla al papa Francisco como un verdadero enviado de Dios, servidor de la Iglesia, amigo de los pobres y de los sencillos, comunicador de esperanza, pregonero del perdón y de la misericordia, escuchando a unos y a otros y tratando de acercarse a todos.

No podemos interpretar el futuro, pero sí que sabemos con certeza que la mano de Dios acompaña al papa Francisco en todo momento. Y también sabemos que no le faltará la oración de la Iglesia ni gente de buena voluntad que le ayude con el acompañamiento en la oración, la sabiduría del consejo y la garantía de la fidelidad.

En el nº 2.855 de Vida Nueva.

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