(Ángel Moreno, de Buenafuente) Estábamos concluyendo un curso de formación y espiritualidad. En la evaluación final, un joven profeso pasionista y sacerdote, que ejerce el ministerio en El Salvador, compartió su experiencia identificadora.
Cuando tenía 20 años, el día que estaba acompañando a su familia por la muerte de un primo suyo de 16 años, un tanto agotado de velar toda la noche, se acercó al bar del hospital del Niño Jesús para tomar algo. Pidió un bocadillo, que le sirvieron con mucho pan y poco jamón. El joven cortó parte del pan y redujo el bocadillo. Una mujer lo observaba y se atrevió a preguntarle si no se iba a comer el trozo de pan cortado. El muchacho, rápidamente, la invitó a otro bocadillo completo. Mientras, la mujer le narraba un relato penoso de su historia de abandono y pobreza.
Al terminar el encuentro, la mujer intentó regalarle la alianza que llevaba. El joven se resistió, indicándole que, en todo caso, la podía vender. Pero la mujer respondió: “Deseo que te desposes con el amor a los pobres”.
Diez años más tarde, Toño, así se llama el joven religioso, nos reconocía que continuaba enamorado del servicio de amar a los más desheredados, y nos mostraba la alianza que aún lleva en su mano.
En el nº 2.633 de Vida Nueva.