Amar sin palabras

(Juan María Laboa– Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas)

“La Iglesia es lo que hace, no lo que predica de sí misma, porque no cuenta la elucubración teológica sobre lo que es la Iglesia, sino cómo se consigue que sea un lugar de acogida y comunión. Sobran los apologistas y escasean los testigos vivos del amor de Dios”

Enterado de que gran parte de los fallecidos en el accidente de Barajas pertenecían a su diócesis, el obispo de Canarias acampó en el aeropuerto de Madrid, atenazado por la impotencia y la desolación, acompañando y consolando, ejerciendo de manera real su papel de pastor que atiende solícito a cuantos le están encomendados, sin examinar sus credenciales. Quiero recordar agradecido esta actitud de un padre pendiente de cuanto afecta a su comunidad, de un padre que llora con sus hijos, de una Iglesia que se acongoja con las dificultades y tristezas del ser humano. A menudo, en nuestra comunidad, renunciamos a conocer a la gente, limitándonos a conocernos a nosotros mismos, sin reconocernos en esos espejos que son nuestros hermanos. Preferimos las teorías a las historias personales, los conceptos a las anécdotas, las ideas a las imágenes. Así, nos quedamos con la verdad abstracta y se nos escapan los hermanos, los únicos a los que tenemos que servir y evangelizar, inconscientes, otra vez, de que entre los seres humanos sólo reconocemos la existencia de aquéllos a quienes amamos.

La Iglesia es lo que hace, no lo que predica de sí misma, porque no cuenta la elucubración teológica sobre lo que es la Iglesia, sino cómo se consigue que sea un lugar de acogida y comunión. Sobran los apologistas y escasean los testigos vivos del amor de Dios. Rahner escribió que la fe en Dios y el abandono confiado en Cristo crucificado y resucitado, unidos a la conciencia de vivir en comunión con otros en la realidad que llamamos Iglesia, son las razones esenciales para ser considerado hoy católico romano. Hoy parece existir la tentación de expedir o retirar la calificación de católico como si se tratara de una patente comercial y no un signo de adhesión gozoso y entrañable.

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