CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Ni se han cambiado los contenidos de la fe ni la Iglesia ha dejado en momento alguno de anunciarlos y de vivirlos. Se trata de tomar conciencia de todas aquellas exigencias que comporta el seguimiento fiel a Cristo…”.
El papa Benedicto XVI ha convocado el Año de la fe al cumplirse el 50º aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II. A partir del 11 de octubre de 2012, y hasta la fiesta de Cristo Rey del año siguiente, la Iglesia hará memoria del acontecimiento conciliar con una serie de acciones que subrayarán la importancia de una fe aceptada, celebrada y vivida.
Entre los objetivos de este Año de la fe se subrayan los del redescubrimiento de la fe, el encuentro con Cristo y el testimonio de una vida llena de esperanza y de gozo en las promesas del Señor.
Si Cristo es el único Salvador del mundo, a él se han de dirigir todas las miradas, como ejemplo supremo a seguir y, en consecuencia, convertirse y llevar una conducta acorde con el Evangelio de Cristo.
Como la fe no es asunto privado, el testimonio público es tarea inexcusable. No como imposición, sino como ofrecimiento. Ese comportamiento leal y coherente con la fe que se profesa hará que la Iglesia entera sea más creíble. Ante la incoherencia de esas dicotomías entre la fe y la práctica de la misma, Cristo y la Iglesia, lo íntimo y privado de la creencia y la falta de testimonio público, se quiere subrayar esa ineludible unidad entre la fe profesada, celebrada, vivida y rezada.
Ni se han cambiado los contenidos de la fe ni la Iglesia ha dejado en momento alguno de anunciarlos y de vivirlos. No se trata, por tanto, de algo nuevo, sino de tomar conciencia de todas aquellas exigencias que comporta el seguimiento fiel a Cristo.
Por otra parte, no pocas son las agresiones a lo católico. El creyente tiene que dar respuesta a todos esos nuevos retos que se le presentan. Siempre en fidelidad al Evangelio, pero teniendo en cuenta la necesidad del diálogo entre la fe y la razón, entre la ciencia y las exigencias de la moral cristiana.
Esta celebración del Año de la fe quiere también insistir en la necesidad de la participación en la vida de la comunidad eclesial. Una pertenencia a la Iglesia sin un encuentro con la comunidad cristiana, particularmente en la eucaristía dominical, reduciría al cristiano a un número más en una lista de bautizados, pero sin la necesaria comunicación con la vida de la gracia que se nutre de los sacramentos.
Decía Benedicto XVI: “Prepara el Año de la fe, percibiendo en él un momento propicio para volver a proponer a todos el don de la fe en Cristo resucitado, la luminosa enseñanza del Concilio Vaticano II y la valiosa síntesis doctrinal brindada por el Catecismo de la Iglesia Católica. Deseo que el Año de la fe contribuya, con la colaboración cordial de todos los miembros del pueblo de Dios, a hacer que Dios esté nuevamente presente en este mundo y a abrir a los hombres el acceso a la fe” (A la Congregación para la Doctrina de la Fe, 27-1-12).
En el nº 2.806 de Vida Nueva.