Atentado al fundamento de los Derechos Humanos

(Julio Navarro Palazón– Científico Titular del CSIC, Granada) Les quiero hacer partícipes de un pensamiento recurrente que no me deja tranquilo desde hace meses. Siempre he observado la capacidad que a lo largo de la Historia ha tenido toda sociedad, todo grupo humano, de aceptar el pensamiento mayoritario, el políticamente correcto, el que les permitía no sentirse excesivamente diferenciados y así no ser rechazados. Cuando el pensamiento “correcto”, el oficial, era impuesto con violencia, el disimulo era lo más frecuente; pero si la imposición se mantenía por mucho tiempo e iba acompañada de mejoras sociales y económicas, el disimulo se trocaba en adhesión gustosa.

A escala individual hemos conocido algunos casos de secuestrados que, tras ser retenidos durante varios meses, terminaron comprendiendo y hasta justificando a sus captores; esto es lo que se ha dado en llamar síndrome de Estocolmo. Sin duda, la mayoría de los humanos psicológicamente equilibrados deseamos estar dentro de los valores aceptados mayoritariamente por nuestro entorno, o de los que aparentemente son presentados como tales por una eficaz propaganda, pues estar fuera de su perímetro tarde o temprano genera problemas. Estos mecanismos son los que explican cómo en el pasado se aceptó con normalidad la esclavitud, la inferioridad del negro o de la mujer, el rechazo al que no era de nuestra confesión religiosa, la exclusión del diferente, la aceptación normalizada de la pobreza extrema y de la riqueza sin límite. La lista de males podría ser larguísima y muy elevado el número de preguntas demandando cómo fue posible esto o aquello, o dónde estaban los hombres justos e informados, los que debían saber que aquello era inicuo. Muchos creen que todo esto sucedió sólo en un pasado lejano; algunos menos aceptan que estas realidades se arrastraron hasta hace poco tiempo; otros admiten que sus luchas de juventud, acertadas o no, fueron las últimas que necesariamente hubo que entablar y prefieren creer que hoy en Occidente ya no quedan conquistas importantes por hacer. Piensan que la Historia nos ha elegido como punto de llegada, como paraíso liberado de todos aquellos monstruos que sujetaron a las sociedades antiguas, aquéllas cuyas creencias sólo les permitían tener su Edén en el pasado y su cielo en el futuro. Nosotros, cómodamente situados en ese aparente punto de llegada de la Historia, creemos que sólo nos queda la lucha de extender la gran conquista de Occidente al resto del mundo. Aquí, hasta que llegó la crisis económica, estábamos suficientemente bien en la llamada sociedad del bienestar, preocupados sólo por mejorar nuestra calidad de vida. Pero no es cierto que ya no haya batallas importantes por hacer. Hoy como ayer, es necesario seguir luchando por un mundo mejor sabiendo descubrir las nuevas amenazas, las nuevas ideologías con sus dogmas incuestionables y las nuevas manipulaciones del pensamiento.

Como no quiero que dentro de 100 ó 200 años, cuando la defensa de la vida del no nacido ya sea políticamente correcta, me incluyan entre aquéllos que guardaron silencio o colaboraron con la masacre que permite la actual ley del aborto, ni con la aún mayor que tiene previsto aprobar el actual Gobierno de España, otorgándonos dadivosamente un nuevo “derecho”, la posibilidad de matar a un inocente, me uno al grito de quienes dicen ¡basta! Con el fin de defender a los seres más desvalidos, quiero decir a todos que no existe el derecho a suprimir ninguna vida humana inocente. Os animo a luchar firmemente con la palabra por la abolición de las leyes abortistas y para que generaciones futuras no puedan preguntarse dónde estaban los hombres justos y verdaderamente libres en 2009, cuando se intentaban aprobar y ampliar leyes tan inhumanas. Por este motivo, asistiré el próximo día 17 a la manifestación convocada en Madrid para defender el fundamento de todos los derechos humanos: el derecho a la vida. Os animo a que asistáis también vosotros.

En el nº 2.679 de Vida Nueva.

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