JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista
Un día antes de asistir a un curso de Acompañamiento ignaciano, vi el estreno de 7 años, la primera película española producida por Netflix. Cuatro fundadores de una empresa ven cómo se trunca su amistad debido a un dilema moral planteado por Roger Gual, creador de la trama.
La ambientación se desarrolla en una ecléctica sala de reuniones, a la que asiste un invitado: un mediador. Aunque los protagonistas son responsables de un delito fiscal, el escenario menos negativo para el futuro de la empresa –y, por ende, de ellos– es que uno de los cuatro asuma la plena responsabilidad de la falta. En la sala de reuniones, transformada en una fábrica de egoísmos, el coach les acompañará ayudándoles a discernir qué persona acabará entre rejas durante 7 años.
El 12 de noviembre de 1966 (VN, nº 548), en una columna, Darnell se preguntaba si, gracias a los bienes de consumo, la humanidad iba hacia una vida mejor. Observaba al ser humano no solo con “hambre de pan”, sino también de una libertad que dispusiera de “ese punto de espiritualidad que tanto nos va faltando”.
Hoy, en muchos escenarios, se considera indispensable la figura de un coach que estimule el alcance de metas concretas. Sin embargo, el acompañante espiritual provoca la búsqueda de horizontes. Al salir del curso, me preguntaba qué habría ocurrido en la desdichada sala de reuniones si los empresarios hubieran invitado a un acompañante.
Publicado en el número 3.011 de Vida Nueva. Ver sumario