JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
El 23 de noviembre de 1963 se fue el presidente que recitaba el Salmo 127: “Si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigila el centinela”. Pero, a pesar de que el guardián permaneciese en vela, tres balas quisieron eternizar su sueño.
En la sección Punto-Raya-Punto, el 20 de noviembre de 1965 (nº 497), Alférez recuerda a John Fitzgerald Kennedy: “Kennedy –ha escrito uno de sus colaboradores– deberá ser juzgado por la Historia no solo por lo que hizo, sino por lo que pretendió y puso en marcha”. En efecto, activó la maquinaria contra la discriminación racial y cultivó la cooperación con los países menos desarrollados, las relaciones internacionales, políticas sociales a favor de la educación, la atención médica para la tercera edad, y desactivó el envío de soldados norteamericanos a Vietnam.
Según el articulista de Vida Nueva, en la Región Sur de los Estados Unidos, “habían declarado la guerra a los Kennedy”. Los extremismos de uno y otro lado perseguían acabar con sus políticas. En el Congreso también, bloqueando continuamente los programas de ayuda al exterior. Pero hubo otro que se tomó muy en serio la situación, y decidió acabar con su vida.
El pasado fin de semana, unos terroristas acabaron con la vida de 129 personas en París. El Gobierno francés activó el estado de emergencia porque, por segunda vez en tan solo un año, las balas vuelven a amenazar a la democracia.
En el nº 2.965 de Vida Nueva.