Bendecir al mensajero

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Como esperaban aquello que en forma alguna podía llegar, la desilusión fue grande. Aguardaban un mensajero, con la varita mágica debajo del brazo, que diera gusto y solución, no a lo que Dios quería, sino a que resolviera unos problemas, que no eran precisamente aquellos que conducían a la implantación del reino de Dios en el mundo. Y eliminaron al mensajero que llegaba en nombre del Señor. Por demás, inapropiado e incorrecto sería comparar la venida del Verbo de Dios a la tierra y la publicación de una exhortación postsinodal –Amoris laetitia–. Al que venía en nombre de Dios, terminaron rechazándolo. Cuando no gusta o escuece el mensaje, el problema termina eliminando a quien trae la Palabra.

Francisco es únicamente la voz, pero es auténtico maestro para la enseñanza, la asimilación y la puesta en comportamiento de la voluntad de Dios para los hijos de Dios. Obligación primera del pastor es la de reunir y alimentar a su rebaño, no con su propia doctrina, sino con la luz del Evangelio, que es buena noticia de salvación para la humanidad entera. Había gran expectación por la llegada del documento. Dos asambleas generales del Sínodo se habían ocupado del mismo tema: la familia. Y llegó el día de la publicación.

Las expectativas se colmaban sobradamente en aquellos que deseaban escuchar el mensaje como venido de tan autorizado maestro. En cambio, los que esperaban con espíritu crítico y únicamente para ver lo que decía el Papa ante situaciones que se consideraban conflictivas, tomaron, unos, el camino de la decepción, pensando que doctrina y moral iban a quedar abolidos, y otros, el enfado porque no se aplicaba el mazo del más riguroso tuciorismo.

Francisco quería anunciar la alegría del amor que se vive en la familia y que es júbilo para la Iglesia y para el mundo. Lo cual no quería decir que se dejaran de afrontar los problemas, inquietudes y situaciones que requerían su palabra. Aquí es donde llegaría la desilusión y el recelo. Para algunos, el Papa tenía la manga de la tolerancia demasiado elástica. Para los otros, se quedaba alicorta. Y en lugar de escuchar humildemente al mensajero, no dijeron precisamente alabanzas y parabienes del Papa, que regalaba a la Iglesia y al mundo un magnífico documento, que unía doctrina y magisterio, luz y esperanza para esa comunidad de vida y amor que es la familia.

En el nº 2.989 de Vida Nueva

 

ESPECIAL ‘AMORIS LAETITIA’:

 

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