JUAN CARLOS GARCÍA DOMENE, Diócesis de Cartagena |
Se inicia un ministerio petrino evangélico y eclesial, humano y espiritual, tiempo de canto y de compromiso. El nombre elegido, Francisco, está en el corazón de todo buen cristiano: “He pensado en Francisco de Asís… en las guerras… Francisco es el hombre de la paz… es el hombre de la pobreza…, el hombre que ama y custodia la creación”.
El nombre evoca misión y vocación: “Aquí estamos”, dijo Francisco, como quien dice estoy dispuesto, pronto y obediente al mandato del Espíritu y al de la Iglesia.
Inolvidable su sobria indumentaria, el pectoral, la inclinación ante el pueblo pidiendo oración y el entrañable momento de la ofrenda del pequeño ramo de flores ante el icono de la Salus Populi Romani, que a muchos nos evoca la consagración de Íñigo en Montserrat.
La tarea es “servir al Evangelio con renovado amor, ayudando a la Iglesia a ser cada vez más, en Cristo y con Cristo, la viña fecunda del Señor” y “llevar a Jesucristo al hombre, y conducir al hombre al encuentro con Jesucristo”. Estamos ante un programa pastoral a partir de la doble fidelidad y tarea del pastor: el Evangelio y la humanidad.
Estamos ante un programa pastoral
a partir de la doble fidelidad y tarea del pastor:
el Evangelio y la humanidad.
También han sorprendido unas palabras del Aula Pablo VI: “¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. Solo de Latinoamérica podía venir una expresión tan clara, tan grave y tan necesaria.
Francisco expresa afectos, ternura y misericordia con hondura espiritual profunda. Su primer Angelus mantuvo esta nueva forma de comunicar, llana y directa, sencilla y emotiva, poco formal y de protocolo simplificado y espontáneo: “Dios no se cansa nunca de perdonarnos, nunca”, más bien somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón.
La misa de inauguración del ministerio petrino confirma un estilo de gestos y palabras que hablan por sí solos: el saludo espontáneo en la Plaza, en lo alto de un jeep antes de comenzar la celebración, sin acompañante, besos a niños, bendición a enfermos, unos momentos previos al inicio de la Eucaristía que serán memorables. La oración en silencio ante la tumba de Pedro y la predicación desde al ambón y sin mitra. La presencia y el abrazo del patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, es una gracia particular para este momento.
Y la homilía, sin duda, profética y programática: “Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios”.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.