(José María Arnaiz, SM-Ex Secretario General de la Unión de Superiores Generales) Es verdad que no hay que amenazar a los pájaros para que canten, ni vigilar a los trigales para que crezcan, ni espiar a la semilla para que se transforme en el secreto de la tierra. Todo esto lo dice la canción de cantautor. Con su dosis exacta de luz, de calor, de aire, de canto y de silencio nos llega la vida. Y casi sin notarlo. La vida es discreta. Dios es discreto. Pero rebrota en medio de esta cultura nuestra.
Quiero hacer ahora un discutible planteamiento. Soy de los que creen que el proceso y esfuerzo de secularismo no ha triunfado ni está triunfando en la sociedad actual; más aún, está en retirada. Creo, también, que en los días más intensos de su intento avasallador los creyentes no siempre hemos sabido estar en nuestro lugar y hemos vivido con tono vital de derrotados o con una agresividad malsana. Creo, en fin, como algunos grandes pensadores que no cito, que estamos entrando en el tiempo de la postsecularización. En él se negará menos a Dios y se prescindirá menos de Él; se le confesará más y es de esperar que mejor. Para estos días, la lucidez y la creatividad son indispensables.
Los católicos no estamos solos en este ver a Dios manifestado y “brotando” entre nosotros. Son muchos y diversos los creyentes en el mundo, los que a Dios adoramos, suplicamos, confesamos, agradecemos y alabamos. Diversos, desde luego, los modos de expresar esta relación con Alguien por el que estamos presentes porque está presente. A todo esto se llama creer, esperar y, de paso, amar. En estos días nos toca estar cerca de los que están lejos; nos toca practicar la octava obra de misericordia, que según Unamuno, consiste en “despertar al que está dormido”, convencidos de que le hará bien la aurora que llega espontáneamente, ya que una aurora de día nuevo es Dios para la humanidad.
Publicado en el nº 2.600 de Vida Nueva (América Latina, página 37).