ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
“Necesitamos una cura de austeridad y racionalidad aplicando a todos los proyectos el adjetivo clave: sostenible. Lo cual no significa que la gente vaya a vivir peor, sino todo lo contrario, bastante mejor para el cuerpo y para el espíritu, saboreando la sabiduría de lo sencillo y la grandeza de lo pequeño”.
Con ocasión de la crisis económica y las turbulencias financieras, ha saltado a la opinión pública el problema del déficit de los estados. Mucha gente tiene que recurrir a las ventas a plazos para poder comprar coches, cosas o casas, pero con la idea de poder pagarlos poco a poco con sus propios medios, en un plazo razonable.
En cambio, los déficits de los estados suelen ser de tal magnitud que están cargándolos sobre los hombros de las generaciones siguientes, lo cual supone una gravísima injusticia de insolidaridad intergeneracional.
En tiempos de bonanza económica, se ha fomentado una mentalidad social consumista y hedonista, como si se pudiera vivir en un crecimiento material interminable, ignorando los límites de nuestro planeta, y olvidando además la situación de tantos pueblos de la Tierra sumidos en la miseria. Y así, muchas veces se han realizado obras faraónicas innecesarias, para mayor gloria de un partido o de un político.
Ahora, necesitamos una cura de austeridad y racionalidad aplicando a todos los proyectos el adjetivo clave: sostenible. Lo cual no significa que la gente vaya a vivir peor, sino todo lo contrario, bastante mejor para el cuerpo y para el espíritu, saboreando la sabiduría de lo sencillo y la grandeza de lo pequeño.
Precisamente, la vida cristiana puede hacer en este campo una aportación muy importante, recordando su antigua tradición ascética, que sabe renunciar para una mayor riqueza, según la doctrina predicada por Jesús: Bienaventurados los pobres de espíritu… Así, por ejemplo, las comunidades de Vida Consagrada, con su equilibrio entre lo mío y lo nuestro, entre la renuncia y el bienestar.
Pero todos los cristianos pueden actualizar en la vida familiar y aportar a la vida social esta actitud de sobriedad y racionalidad, por solidaridad cívica y por caridad política. Bien mirada, la renuncia es buena, bonita y, sobre todo… ¡barata!
En el nº 2.773 de Vida Nueva.