(Camilo Maccise– Mexicano, expresidente de la Unión de Superiores Generales)
“Al hablar de la Santa Muerte, esta persona aludía a un culto con elementos fuertes de sincretismo religioso que se ha difundido mucho en la religiosidad popular del país [México] (…) Todo esto no deja de ser una búsqueda inconsciente de un Dios bueno y misericordioso que comprende las necesidades humanas”
En los últimos meses, los medios de comunicación han puesto de relieve la situación de violencia, inseguridad y corrupción generalizadas que hieren profundamente a México. La causa principal de este lamentable estado de cosas es, sin duda, el narcotráfico con todas sus secuelas. Éste encuentra un campo abonado en la pobreza, la marginación, la exclusión de millones de personas; en la necesidad urgente de justicia y de seguridad. En estas circunstancias, como afirmó una anciana, “no queda otra que creer en alguien, ya sea en la Virgen a quien recé durante cuarenta años o en la Santa Muerte a quien rezo ahora, o en quien uno quiera, pues la cosa está difícil”.
Al hablar de la Santa Muerte, esta persona aludía a un culto con elementos fuertes de sincretismo religioso que se ha difundido mucho en la religiosidad popular del país, así como en el sur de los Estados Unidos. Se habla de cinco millones de adeptos. Se la representa vestida de blanco y se la considera bondadosa y eficaz para resolver problemas de todo tipo. A ella acuden personas que ven en su culto la única forma para obtener protección y ayuda. De modo particular, la consideran protectora los reclusos, los drogadictos, las prostitutas, los narcotraficantes.
Todo esto no deja de ser una búsqueda inconsciente de un Dios bueno y misericordioso que comprende las necesidades humanas; un Dios que no hemos sabido presentar al pueblo pobre y sencillo porque nos hemos alejado del Evangelio. En él, Cristo nos revela el verdadero rostro de Dios: Padre-Madre que nos ama y acepta como somos; que nos pide convertirnos y vivir el mandamiento del amor que resume todo; que respeta nuestra libertad, exige nuestra colaboración y nos da la seguridad de su misericordia y fidelidad infinitas.
En el nº 2.659 de Vida Nueva.
