CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Lo sorprendente ya no es noticia; lo que parecía extraordinario es conducta habitual en Francisco…”
Cada día resulta menos sorprendente la forma de vivir y de actuar del papa Francisco. Y no porque nos vayamos acostumbrando a su estilo, a sus palabras, a sus gestos, a sus actitudes, sino porque su sencilla autenticidad evangélica se refleja en cada momento.
Las actitudes de una permanente disponibilidad para escuchar y servir a todos, el acercamiento a las personas más diversas, la comprensión que manifiesta ante las distintas situaciones de las gentes, el diálogo continuo y permanente con los sectores más diferentes, el discernimiento para orientar, la actualización y renovación a la que anima a unos y otros.
A todo ello hay que añadir un espíritu de profecía y denuncia, llamando la atención sobre las grandes injusticias de la humanidad, los muros que separan, las exclusiones, el drama de la inmigración…
El papa Francisco nos está enseñando a mirar las cosas desde la más auténtica luz del Evangelio; por eso seduce su mensaje a católicos y no católicos, a creyentes y a indiferentes. La misericordia está siempre en sus palabras y en su corazón.
Abraza a las personas, especialmente las más desvalidas, con entrañables gestos de acogida y comprensión. Se mete, por su amor entrañable, en las heridas de la carne de Cristo abiertas en los enfermos. Hace que la pobreza sea impensable sin el pobre, ni la enfermedad sin el enfermo, ni la inmigración sin el inmigrante.
Atrás quedó la sorpresa por el retorno del más auténtico espíritu evangélico. De las tormentas que se vivieron y hacían pensar que iba a zozobrar la barca de Pedro, se pasa a un tiempo de bonanza y de santa espera. Del temor a la disgregación, a un verdadero sentido de la unidad y una actitud positiva ante lo diferente.
Lo sorprendente ya no es noticia, porque lo que parecía extraordinario es conducta habitual en el papa Francisco. No eran actitudes y gestos populistas, sino presencia de lo que el Espíritu de Dios ponía en el obispo de Roma, que era Pastor universal. Vendrán reformas, actualizaciones, caminos de innovación, causarán admiración, pero no sorpresa, pues en todo ello se verá la mano y el corazón del Papa.
Mucho es el camino que queda por recorrer, pero los surcos están abiertos y se ha dejado caer sobre ellos muy buena semilla. La esperanza está asegurada, pero no como quietud y conformismo, sino como responsabilidad para trabajar conscientemente en la construcción diaria del Reino de Dios en medio de las realidades de este mundo. No quiere el Papa una Iglesia cariacontecida y nostálgica, sino un pueblo que desea llegar a todos y ofrecer la Buena Noticia evangélica. Nada quiere imponer, pero tampoco dejar de hacer partícipes a todos de lo que Dios quiere para todos.
La historia de la Iglesia continúa su camino con las bendiciones de Dios y los tropiezos que ponen los pecados de los hombres. La fidelidad a lo que se ha recibido de la palabra de Cristo será la mejor garantía y la piedra de toque para conocer la autenticidad del mensaje que se predica.
En el nº 2.897 de Vida Nueva