CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“En cualquier circunstancia, en cualquier momento se puede ver la esperanza si el cristiano la lleva consigo…”
Si esta reflexión se hace con fondo musical de Las cuatro estaciones de Vivaldi, pues tanto mejor.
De manera inexorable se van sucediendo las distintas estaciones del año. Los síntomas engañan y se oye decir que parece que estamos en invierno cuando es primavera, y que el otoño se ha adelantado acortando el tiempo de verano. También se debe tener en cuenta, con permiso de la tan cacareada globalización, que no es al mismo tiempo verano en todos los sitios, y que los fríos llegan de manera distinta en unos y otros lugares. Vamos, que cuando es primavera en un sitio, en el otro están muertos de frío.
Este ejemplo de las estaciones, de estas cuatro partes en las que dividimos el año, tiene que servirnos también para evitar generalizaciones y transposición de situaciones, carencias y esperanzas, sin tratar de proyectar en otros lugares y personas lo que a uno, y en un país, le acontece. Esto vale para la vida de la Iglesia.
Es católica, universal, presente en el mundo entero y, aunque el mensaje, los sacramentos y el obrar conforme al mandamiento nuevo del Señor sean los mismos, no quiere decir que problemas y carencias, virtudes y méritos se repitan en un lugar y en otro sin mayor diferencia. Y lo de que en todos los sitios cuecen habas, habrá que replanteárselo. Por lo menos, en cuanto a la legumbre de la que se trate.
En la Iglesia, aparte de la comunión de los santos, que nos hace partícipes a unos y a otros de ese inagotable manantial de gracias que el Espíritu Santo regala a la Iglesia, no es admisible esa generalización que asegura la falta de vocaciones en todos los sitios, la poca preparación del clero, la desaparición de la familia cristiana, la indiferencia religiosa, la falta de práctica dominical, el testimonio creíble de la caridad, el testimonio de la esperanza…
La Iglesia es universal, y a todos nos afectan las heridas y dolores que a cada una de las personas de este mundo le pueden llegar, pero no pensemos que el vacío y las carencias de un lugar se repiten de manera inexorable en todos y cada uno de los rincones de este mundo.
Se puede recordar la fábula de la alimaña que se quejaba porque en todos los sitios había pulgas, sin darse cuenta de que ella misma era quien las llevaba. En cualquier circunstancia, en cualquier momento se puede ver la esperanza si el cristiano la lleva consigo. Pon amor donde no hay amor y sacarás amor, según el consejo de san Juan de la Cruz. Donde hay esperanza, hay siempre vida.
Decía Benedicto XVI: “Los contactos entre las diferentes culturas y tradiciones son constantes, aunque no sean siempre inmediatos. Para ello es hoy más que nunca indispensable aprender el valor y el método de la convivencia pacífica, del respeto recíproco, del diálogo y la comprensión” (Homilía, 1-1-2012).
En el nº 2.894 de Vida Nueva