JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Aún quedan quienes, a propósito de la desaparición del Códice Calixtino en la catedral de Santiago de Compostela, hacen caricatura y dibujan con mofa una España negra y bandolera; la misma que los viajeros románticos ingleses describían en sus libros de viaje, creyendo estar en tierras de morería.
Casi todos aluden en sus crónicas viajeras a los muchos tesoros que encontraban en su periplo, expuestos al pillaje, desprotegidos, mal cuidados y abandonados en ermitas rurales.
Y es que el patrimonio artístico de la Iglesia en España es mucho y está muy extendido. Pero aún hay quienes gritan desaforados. Muchos de ellos son nietos de quienes destruyeron el patrimonio en noches de fuego y humo al grito de “¡no hay mejor Iglesia que la que arde!”. Ahora defienden lo que no ardió y piden sea desamortizado.
Es verdad que antaño el patrimonio estuvo mal cuidado. Ya el abate Ponz, en su Viaje por España, lo describía con adjetivos lastimosos y patéticos. Sobre los expolios nos habló George Borrow en su viaje español titulado La Biblia en España y Romero de Torres, con sus catálogos, evitó mucho desafuero. La incuria y el hambre expoliaron también en los años 40 algo de lo que no ardió en las viejas aldeas abandonadas.
Con el robo compostelano ya tienen materia los novelistas buceadores de códigos y legajos de antaño. El nombre de la rosa dio la pista a guionistas de novelas, más que novelistas, si bien aquella obra de Umberto Eco va más allá de la misma novela histórica. Quienes han usado y abusado del Camino de Santiago como materia incandescente para la imaginación, tienen con el robo del Códice Calixtino un argumento más para desatar su imaginación y escribir best seller a mansalva.
Hay quien aún anda buscando la ventana en donde don Juan hablaba con doña Inés y también hay quien busca encontrarse un día con la tumba de la Bovary. Fruición novelesca en medio del desgarro patrimonial que estos días se vive en Galicia.
El robo del texto de la catedral compostelana pone sobre el tapete el tema de la seguridad de los bienes de arte de la Iglesia. Han pasado 32 años desde que se creó la comisión mixta entre la Iglesia y el Gobierno español, siguiendo lo pactado en los Acuerdos Iglesia-Estado. En el texto de los acuerdos se habla de colaboración para preservar, dar a conocer y catalogar este patrimonio cultural, facilitar su contemplación y estudio, lograr su mejor conservación e impedir cualquier clase de pérdidas. Son propósitos que se han ido difuminando a lo largo de estas tres décadas.
Muchos de quienes ahora se echan las manos a la cabeza han negado el pan y la sal a la Iglesia cuando ha pedido ayuda para la debida conservación del patrimonio, con sistemas de seguridad costosos que la misma Iglesia no puede pagar.
Es hora, no solo de hacer cumplir las medidas de seguridad y poner empeño en la tarea por parte de la Iglesia, sino de activar las ayudas para que lo que es patrimonio del Pueblo de Dios pueda ser contemplado por todos. El apoyo es importante en algunas comunidades autónomas, pero en otras tiene un fin mucho más desamortizador. Cuando se acusa a la Iglesia de oscurantismo en la conservación, habría que recordar al Estado ese tufo de sectarismo que ahoga la gestión del patrimonio.
- A ras de suelo: La riqueza son los pobres, por Juan Rubio
En el nº 2.762 de Vida Nueva.
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