JUAN GARCÍA (CÁCERES) | Dadas las circunstancias, la decisión tomada por el hasta ahora ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, es coherente.
Es congruente por la defensa a ultranza que siempre mantuvo de un proyecto, el de la reforma de la ley del aborto, que ni sus propios compañeros de partido estaban convencidos de que saliera adelante, y acorde con el perfil de un político que siempre hizo gala de ser un hombre fiel a sus convicciones y principios. Es por ello que, si hay un adjetivo que pueda definir con precisión la actuación del ya veterano político, ese es el de coherente.
Y mientras Gallardón salía por la puerta de la primera línea de la política nacional, su sucesor entraba a la carrera por la ventana. Y así, señores, borrón y cuenta nueva en una historia, la del proyecto de una reforma incómoda y compleja que se gestó, irónicamente, durante nueve meses, y que al final pudo con el que, valga también la ironía, muchos consideraron bastión progresista del Ejecutivo de Rajoy al principio de la legislatura. Con la decisión del presidente, muchos quedamos decepcionados, al tiempo que aplaudimos la decisión de Gallardón, aunque mucho nos pesa que seguirán muriendo seres inocentes gracias a la incoherencia de quienes nos gobiernan.
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