Comuniones: ¿sacramento, o fiesta sin más?

(Vida Nueva) ¿La Primera Comunión se está convirtiendo en una celebración lujosa pero vacía? ¿Qué puede hacer la Pastoral para mantener su esencia sacramental? En los ‘Enfoques’, intentan responder a esta cuestión la profesora de Teología María Dolores López, y Mari Patxi Ayerra, catequista, escritora y,  además, abuela.

Lo mejor está por venir

(María Dolores López Guzmán– Profesora de Teología. Madrid) “Soy ateo por la gracia de Dios, pero a mi Virgen de la Esperanza de Triana que no me la toque nadie”. Este testimonio, que parece sacado de un chiste, es real: lo pronunció un periodista en una tertulia televisiva. Una afirmación llamativa que recoge el perfil extrañamente religioso de una parte de la población, en el que conviven tradiciones populares y piedades con solera junto a abiertas declaraciones de agnosticismo o ateísmo. Una forma de vivir las creencias que puede resultarnos contradictoria, pero con la que estamos destinados a toparnos, pues la condición del cristiano es la de ser mensajero de una noticia que debe comunicar a todos y con la que anuncia a Jesucristo no para que él o la Iglesia sean comprendidos, sino para que se transparente la gloria de Dios (que no siempre coincide con la nuestra).

En la pastoral de la Primera Comunión, el encuentro con esa manera de entender lo religioso es un desafío enorme que se muestra con especial intensidad, pues si la participación en la Eucaristía supone unirse a Jesús “en cuerpo y alma” y, por tanto, a su vida de pobreza y entrega, aún siguen siendo muchos (entre ellos, numerosos padres de los niños que asisten a la catequesis) los que intentan hacer “comulgar” al Evangelio “puro y duro” con las ideas consumistas propias de nuestra cultura. ¿Qué hacer ante este atropello a la lógica evangélica? ¿Dónde encontrar pistas de actuación para una situación tan difícil e incómoda?

Una doble estrategia parece necesaria mientras sigan conviviendo –y, en parte, siempre será así– personas que buscan sinceramente a Dios con otras que acuden a las iglesias porque no quieren renunciar a poner en el salón la foto de sus hijos con el rosario en mano y el rostro angelical (demasiado dinero invertido como para que no quede constancia de ello):

  • Por un lado, cuidar a quienes están dispuestos a crecer en Evangelio ofreciéndoles acompañamiento, formación, escucha y medios que les hagan sentirse en la Iglesia “como en casa”. Serán los menos –“un pueblo pobre y humilde” (Sof 3, 12)–, pero enormemente valiosos; el mejor contrapunto para los excesos de otros. Se merecen toda la atención del mundo y ser vistos no sólo como potencial “mano de obra” de las sacristías. A ellos habrá que transmitirles la esperanza de que lo mejor está por venir; que tras la Primera Comunión, viene la segunda; y la tercera… y que en el amor, cuanto más tiempo, mayor oportunidad para crecer en conocimiento del Señor, y eso siempre merece la pena.
  • Por otro lado, tomar conciencia de que forma parte intrínseca de la fe contarla también a quienes se acercan con intereses mezclados. ¿Cuántos se aproximaron a Jesús sólo por curiosidad o para pillarle? Y aun cuando Jesús compartía intimidad con unos pocos, ¿no conocían todos sus discursos? Cuando Pablo hablaba en las sinagogas o en las plazas no se dirigía sólo a los ya convencidos. Habría sido una traición a su misión. Volcaba sus esfuerzos en persuadir a los que se acercaban a oírle. Atraía a muchos, pero cuando tocaba asuntos espinosos, como el de la resurrección, unos se burlaban, otros se marchaban, y algunos se adherían a la causa del Reino. Sus dotes de seducción eran, por tanto, limitadas, pues, a pesar de sus discursos, unos creían y otros, en cambio, permanecían incrédulos (Hch 28, 24).

No abundan los lugares donde la Iglesia pueda explicar su historia a los indiferentes. La pastoral de la Primera Comunión, sin embargo, tiene un valor enorme porque sigue contando –quizás no por mucho tiempo– con cierto “atractivo”, y eso le permite “abrir una brecha” para transmitir aquello por lo que vive, aunque no obtenga la respuesta deseada (¿no es la gratuidad el eje del amor?). Muchos sacerdotes y catequistas, conscientes de ello, sacrifican las exigencias de una mayor “pureza de vida y compromiso” de catecúmenos y familiares para poder regalar palabras evangélicas –que incluyen la denuncia de las incongruencias de todos– a personas que de otro modo no tendrían contacto con ellas. Cierto que hay que pedir unos mínimos, pero es una muestra palpable de que ni el consumismo, ni el desafecto tienen fuerza suficiente para desanimar a quienes han experimentado que han sido perdonados de tanto que sólo pueden mostrar un amor que, como el de la pecadora pública de Lucas, es imparable, derrochador, aparentemente inútil e inasequible al desaliento.

Celebraciones que florecen en primavera

(Mari Patxi Ayerra– Abuela, catequista y escritora) Como por arte de magia, tras la Pascua, aparecen las Primeras Comuniones, ese brote religioso o decorativo que hace recordar a Dios, incluso a los más alejados o alérgicos. Todo el mundo tiene una celebración religiosa a la que acudir con cariño a ver a un niño vestido de marinerito, alférez, capitán general o monje; o a una niña engalanada de novia, princesa o monja, que va a recibir a Jesús por primera vez. En muchos casos será su primera y última comunión.

Yo me alegro de que se sigan manteniendo porque creo que el Señor tiene sus trucos para hacerse presente en las familias y conseguir que sus hijos, creyentes o no, oigan hablar de Él, aunque sea por acudir a ritos para ellos vacíos de sentido. Yo quiero pensarlos como oportunidad, como una experiencia que aún sigue viva en este mundo, en el que se adoran otros dioses.

Cuando he asistido a una Primera Comunión en la que la mayoría eran analfabetos religiosos, me cuesta comprobar el rápido olvido de lo que recibieron como formación espiritual, pues desconocen las celebraciones y lo que allí se vive; incluso, a veces, se mofan de cosas que para los creyentes son importantes. En cambio, en la parte socio-gastro-económico-cultural están todos de acuerdo. Hay que vestirse de punta en blanco, hacer regalos caros y practicar la gula y el lujo en la restauración.

Decía que en estas celebraciones aprovecho para poner a todos en manos de Dios y pedirle que les toque el corazón para que no vivan como huérfanos, teniendo un Padre que les quiere tanto, y que se de a conocer a través de las palabras del celebrante, del niño protagonista o de algún signo que les interpele. Por eso es importantísimo preparar estas liturgias para que los “primerizos”, alejados, escapados o los que nunca han oído hablar de Dios, perciban que lo que se celebra es el amor y a lo que se anima es a saber que Dios nos ha soñado felices y plenos, nos fortalece con su presencia constante y nos impulsa a construir una sociedad justa y fraterna.

Afortunadamente, hay celebraciones que son una auténtica catequesis. Desde el momento en que te invitan, con sencillez, te proponen la posibilidad de participar en el apoyo a una causa solidaria, en vez de un regalo; te animan a que lleves algo para compartir en el ágape posterior y dan importancia a lo que supone realmente que el niño se acerque a la mesa de Jesús, ahora ya de forma voluntaria, ya que el Bautismo lo recibió sin él pedirlo.

Me gustó especialmente una celebración en la que los niños iban vestidos de calle, habían tenido unas catequesis familiares, por lo que hubo muchas expresiones de alegría por el seguimiento de Jesús, de explicitar el modelo de vida fraterna, austera y solidaria que se quería seguir, como cristianos. Celebrante y catequistas cuidaron los detalles para mantener la calidez, profundidad y atención en la celebración, ganándose el interés de los participantes hablando, como lo hacía Jesús, en un lenguaje sencillo, para que nadie se sintiera extraño ni se le hiciera larga la eucaristía. Los niños, tras repartir los recordatorios hechos por ellos, explicaron por qué no querían tener regalos y, aunque les costaba, querían contribuir a que otros niños pudieran comer durante algún tiempo gracias a su renuncia. Manifestaron la alegría de ser cristianos y sentirse invitados a una forma de vida diferente, y, a sus nueve años, nos fueron “contagiando a los mayores” su fe en el credo que fueron formulando, su abandono en Dios, su alegría, sencillez y falta de complicación al sentarse “a la mesa de los mayores” en la Iglesia y su entusiasmo por seguir a Jesús. Cuando compartimos las viandas que habíamos llevado, en un improvisado banquete, parecía que no había terminado la eucaristía.

En estas fechas hay familias agobiadísimas eligiendo modelo de “mininovia”. Otras privan a su niña de la convivencia en la que se celebra el perdón porque coincide con la “prueba de maquillaje”. Las hay redecorando su casa o hipotecándose por un lujoso banquete. Y a algunos niños se les amenaza con que si no sacan unas notas brillantes, Dios no les querrá y se suspenderá su Primera Comunión… Espero que Dios se haga presente en todos estos banquetes y agilice un poco el márketing espiritual para que todos los que celebren este acontecimiento se sientan tocados por su Amor, ya que sus caminos no son los nuestros. Pondremos a todos los comulgantes, familiares e invitados en las manos de este Dios Padre que nos tiene a todos abrazados.

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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