JOSÉ GONZÁLEZ PALMA (CÓRDOBA) | En reciente A ras del suelo, el director de la revista calificaba la confirmación como “sacramento de la despedida”. Atinada denominación, aunque lamentable, por ser certera.
Hubo un tiempo, no lejano, en el que se consideró la Confirmación y su preparación a ella como cauce idóneo para el paso desde una religiosidad heredada y sociológica a una fe personal, confirmada por la adhesión a Jesús; por la aceptación consciente de la incorporación a la Iglesia con el consiguiente compromiso, gradualmente asumido, de presencia activa en el mundo. Se sabía que, aunque la oferta se hiciera a todos, la respuesta sería minoritaria. No muy dispar a la recibida por Jesús en Palestina.
Parece estar imponiéndose, una vez más, la preocupación por el número y la norma. En cuanto a lo primero, se prodigan las celebraciones, cercanas a un clima de masificación, con centenares de confirmandos; muchos de ellos, engalanados para la ocasión. Antes de su “despedida oficial de la Iglesia”, celebran copiosamente el acto en una creciente tendencia a encontrar en ese día la ocasión para un acto social más.
La norma está prevaleciendo y, por desgracia, calando sin resistencia alguna. ¿Hay que estar confirmados para cuando digamos de casarnos o ser padrinos de bautizo? Pues nos confirmamos. Lo reconozcamos o no, tal exigencia está favoreciendo que se considere la Confirmación como trámite religioso-administrativo, como medio de “tener los papeles en regla”. No se está dando con todo ello un simple cambio de estilo o táctica pastoral, sino un giro de dirección.
El resultado es un sacramento devaluado, la trivialización de lo religioso, el engaño consentido, la vacunación –acaso definitiva– ante la evangelización. Nos lo señala la Evangelii Gaudium:
En muchas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, una sacramentalización sin otras formas de evangelización.
Junto a este despropósito, desconcertantemente auspiciado por no pocos de nuestros pastores, aparecen con esperanza tantos esfuerzos de sacerdotes, religiosos y laicos, compañeros de adolescentes, jóvenes y adultos en su caminar en la fe.
En el nº 2.899 de Vida Nueva
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