(Vida Nueva) Los congresos “Católicos y Vida Pública” celebran este mes de noviembre su décima edición ¿Son estas citas un marco de encuentro y reflexión para todos los católicos? El periodista Rafael Ortega y el embajador Ramón Armengod responden.
Necesario, ahora, más que nunca
(Rafael Ortega– Presidente de UCIP-E, Unión Católica de Informadores y Periodistas de España) Ahora, más que nunca, son necesarios encuentros como “Católicos y Vida Pública”. Cuando algunos pretenden que muchos vivamos en una sociedad totalmente secularizada, es cuando los católicos estamos llamados a una presencia viva y sin miedos. Necesitamos un marco de encuentro y reflexión para “todos” los que estamos interesados en que el Evangelio ilumine “todos” los aspectos de la vida, tanto en su dimensión personal como social.
Y digo “todos”. Esta importante reunión no es un encuentro donde sólo están representadas algunas sensibilidades. No es endogámico. En él todos los cristianos son protagonistas. Si repasamos los intervinientes en pasadas ediciones o en la que ahora comienza, vemos que ha habido y hay personalidades del mundo económico, político, social y de los medios de comunicación, que son ejemplares en su actuación personal. Todos con la intención clara de “ilustrar y formar”.
El “no tengáis miedo”, de Juan Pablo II, se hace cada día más actual y los católicos españoles tenemos que estar presentes en la vida pública, pese a quien pese, y “a pesar de las zancadillas”. Sin miedo, como en su día hicieron los maestros Robert Schumann y Alcide De Gasperi, creadores de la nueva Europa, y del mártir Aldo Moro, bárbaramente asesinado el 9 de mayo 1978 por las Brigadas Rojas italianas. Ellos fueron nuestro ejemplo para seguir adelante en “esta sociedad agnóstica que no se ha hecho libre -como nos decía el cardenal Antonio Cañizares en la reciente presentación de la última edición de este congreso, que se celebra en Madrid del 21 al 23 de este mes-, sino desesperada porque se encuentra huida de Dios en base a un proyecto que no es nuevo pero que se está radicalizando en base a una ruptura antropológica total y que se cimenta en tres pilares: el relativismo moral, el laicismo y la ideología de género”.
Por eso, insisto, son cada vez más necesarios estos Congresos que deben examinar, a la luz del Evangelio, los grandes retos de la sociedad actual, o lo que es lo mismo, constituir un lugar de encuentro de los cristianos que sientan la necesidad de revitalizar su presencia en todos los ámbitos de la sociedad y, cómo no, estimular a nuestros jóvenes para despertar en ellos la vocación hacía la res pública.
Creo que cuantas mayores dificultades hay en la vida, los católicos debemos encontrar mayores esperanzas. No debemos dejarnos vencer por aquellos que se creen más fuertes, porque dominan sectores influyentes de una sociedad que está dormida. “Católicos y Vida Pública” puede y debe ser el despertador que nos haga levantar de este letargo impuesto en donde se prima el tener por encima del ser.
Ahí debemos estar los católicos. Todos, sin exclusiones, como repito, se hace en esta reunión anual. Sólo faltaba ya que algunos quisieran presentar este Congreso como excluyente para otros. Bastante van a hacer ya ciertos medios de comunicación, desde públicos a privados, ignorando esta cita. Es más, algunos que deberían informar completamente, no lo harán en sus programas generalistas.
La palabra “crisis” se ha impuesto en el lenguaje común. Todos estamos en “crisis”, o por lo menos así nos lo quieren hacer ver aquellos que quieren que reine el desconcierto moral. Conviene, por qué no decirlo. Les conviene ese desconcierto y que los católicos nos creamos que estamos fuera de juego. Pero esos que desean ese desconcierto, están ya comprobando que hay un cambio de actitud entre los católicos. Estamos ahí. Estamos presentes en la sociedad y nos tenemos que hacer notar, repito, sin miedo, porque los obstáculos que debemos sortear son complejos. Hay que dar esperanza a la sociedad, “lo que no significa -como decía el cardenal Cañizares- negar o ignorar las dificultades, porque cuantos mayores son éstas, mayor es la esperanza en Dios”. Es necesario el compromiso de todos, como apuntaba antes, de “todos aquellos”, sin exclusiones, que nos sentimos llamados a cumplir con esa misión. Y dentro de esa misión, la importancia de que “estemos presentes en la vida pública”.
Un lugar de encuentro limitado
(Ramón Armengod– Embajador de España) El Congreso “Católicos y Vida Pública” fue un proyecto puesto en marcha por la Fundación Universitaria San Pablo-CEU y la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), cuyo objetivo es estimular la presencia activa de los seglares en la Vida Pública, carisma esencial de la ACdP, y, personalmente, me siento agradecido a la Divina Providencia por que exista.
De todos es conocida la historia de la ACdP como una fuerza católica, que se ha encarnado en situaciones muy distintas, gracias, sucesivamente, al impulso del padre Ángel Ayala, S.J., y del periodista y obispo don Ángel Herrera Oria, como agrupación de seglares católicos con personalidad jurídica, eclesiástica y civil: entre sus frutos, se encuentran el diario El Debate y, luego, el Ya, la Fundación Universitaria San Pablo-CEU ya mencionada, y en su actividad directamente política, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) durante la República, la deriva hacia el catolicismo en el régimen del general Franco, el ‘Grupo Tácito’, como contribución a la Transición, y, en la medida en que los congresos “Católicos y Vida Pública” exponen, examinan y discuten las políticas y sociología del tercer milenio, constituyen una contribución y toma de posiciones sobre la sociología y política de la España del siglo XXI.
Nadie puede discutir el crecimiento cuantitativo de estos congresos, pero ahora interesa analizar su evolución cualitativa a la luz de las necesidades de la Iglesia en España, y de su posición dentro de la sociedad civil y política española.
Aunque el deseo inicial fuese la unión de todas las fuerzas y presencias católicas en nuestra sociedad, los congresos “Católicos y Vida Pública” han cristalizado como la conjunción de movimientos, grupos, personalidades y puntos de vista cada vez más identificados con el sector de nuestra Iglesia que, ante el mundo actual y sus riesgos, tiene miedo: el miedo crece cuando escasea la esperanza, o bien la esperanza escasea cuando crecen los miedos. En vez de huir hacia adelante, se huye hacia atrás, añorando los tiempos pasados de autoridad, disciplina, normas precisas. Se buscan seguridades en actitudes neotradicionales porque ha enfermado la esperanza, pues aunque el postconcilio vaticano fuera un tiempo de promesas y entusiasmos, con el paso de los años quedó claro que la renovación de la Iglesia no puede llevarse a cabo sin un alto coste de riesgo, responsabilidad y sufrimiento. El miedo a la novedad hace que se cambie la esperanza por la nostalgia.
Por tanto, no se ha logrado esa unión en lo esencial que permitiese una cierta discusión y disenso fraternales, aquello que intentó el Congreso de Apostolado Seglar, que tuvo acertadamente como título Testigos de la Esperanza, organizado por la Conferencia Episcopal Española hace cuatro años. La lista de los asistentes daba cuenta de posturas muy distintas, y la presencia de numerosos obispos avalaba la pluralidad en la ortodoxia.
En “Católicos y Vida Pública” se repiten los nombres y personalidades, por lo que, como lugar de encuentro, no ha ampliado mucho sus posibilidades, aunque la actual convocatoria del décimo aniversario contenga algunas novedades respecto al enfoque de los temas y los participantes.
En cierto modo, la propia historia y personalidad de la ACdP, tan valiosa para la Iglesia en España, se ha acercado a los carismas de los Movimientos que han aparecido durante el largo pontificado de Juan Pablo II. La presidencia de Alfonso Coronel de Palma reflejó en la ACdP el posicionamiento de aquéllos. Aunque la actual presidencia de Alfredo Dagnino es corta, sus manifestaciones confirman la línea histórica de la ACdP.
Entretanto, los objetivos del Congreso siguen sin realizarse plenamente, pues aunque se examinen los grandes retos de la sociedad actual, no constituye un lugar de encuentro de todos los cristianos que se sienten urgidos a revitalizar su presencia en todos los ámbitos sociales; ni tampoco ha conseguido que muchos jóvenes se sientan protagonistas de la sociedad con vocación cristiana hacia lo político.
Podría hacerse alguna observación crítica sobre la logística y los locales del Congreso, aunque señalando que todo ello está ocasionado por el aumento de su vigencia cuantitativa y su vitalidad, felicitándole por su transmisión desde Internet. En cambio, la calidad de las comunicaciones es desigual, en parte porque la selección de las mismas se hace con los mismos criterios que llevan a encerrar al Congreso en su visión parcial de la pluralidad del catolicismo español.
En resumen, el Congreso debería ser puesto al día dentro de la dinámica de Benedicto XVI, recogida en el mensaje final del reciente Sínodo sobre la Palabra de Dios, que hace pública “la decisión de mirar el mundo con simpatía para ofrecerle lo mejor que tenemos: la Palabra de Dios”, cuyo Rostro es Jesucristo desde el momento en el que “el Verbo (la ‘Palabra’) se hizo carne”, y su “Casa” es la Iglesia, depositaria e intérprete de la misma. Es decir, una apertura tan confiada al mundo que deja anticuadas todas las reservas de los laicismos frente a una Iglesia que está tomando, una vez más, la fuerza y presencia de Cristo, y un encuentro sinodal que “ha sido una escuela de escucha”, un enriquecimiento con la escucha recíproca. En palabras del Papa, “en este diálogo del escuchar, aprendemos… la obediencia a la Palabra de Dios… la conformación de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad al pensamiento y voluntad de Dios”.
Aunque el Congreso no tenga la categoría de un Sínodo, cualquier reunión entre discípulos de Cristo cuenta con su Presencia…
En el nº 2.637 de Vida Nueva.