JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Hoy en el Vaticano, el Papa no necesita traductores, ni intérpretes ni consejeros que decidan por él en temas españoles. Habla el español con ese acento porteño que lo delata y que le escuchamos incluso cuando habla el italiano de sus ancestros. No habrá una sola voz susurrando e interpretando, pero sí deberá escuchar entre los ecos, las voces; y entre las voces, una, la de su conciencia.
Habrá muchos consejeros que le ayuden a discernir qué hacer en España, qué conviene a esta tierra que él bien conoce, cuyo desarrollo ha seguido en los últimos cincuenta años, en la que tiene buenos amigos y viejos colegas de sus años jesuíticos. El Papa conoce España más allá de su vertiente histórica y turística. No necesita traductores, pero sí consejeros.
Uno de sus primeros nombramientos, un español y franciscano, ha sido un buen detalle. Después seguirá el discernimiento, ese don de Dios que no sabe de favoritismos, ni revanchas, ni de ideologización pura y dura; ni de iglesias entregadas a la exaltación de prohombres.
En Roma hacen falta consejeros más que correveidiles. Muchos ha habido cuando la lengua polaca y alemana cruzaron los muros de la ciudad leonina.
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En el nº 2.843 de Vida Nueva.
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