CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
A la Iglesia católica hay que verla tal como es. Universal, pero viva y presente en cada una de las iglesias locales; diversa, pero no desunida; plural, pero en una misma comunión de fe; ofreciendo el mensaje recibido de Jesucristo, pero sin imponérselo a nadie; contemplando la historia con gratitud a Dios, pero sin añoranza ni temor; confiando en la acción y la gracia del Espíritu Santo, pero asumiendo la responsabilidad que le corresponde para construir un mundo en paz en la base de la justicia y del amor fraterno. Quien mira a Dios no puede volver la cara ante la necesidad de su hermano.
Estas reflexiones vienen al paso de esa visión, un tanto reducida, equivocada, de una Iglesia con un horizonte que no va más allá de las lindes de la propia mirada. La Iglesia es universal, no solamente desde el punto de vista geográfico, sino de la presencia en las distintas culturas, tradiciones y pueblos.
En el último anuario de la Santa Sede se constata que el número de bautizados en la Iglesia católica sigue creciendo. Se trata de estadísticas universales, lo cual no quiere decir que, en el grupo social en el que vives, no haya sido precisamente este dato el resaltado. La Iglesia es algo más que el propio círculo social y religioso en el que se vive.
La Iglesia católica crece en el mundo con nuevos bautizados. Se buscarán motivos y causas desde distintos puntos de vista: sociales, de conveniencia, producto de márketing y proselitismo… Y se olvidará la acción de Dios en las decisiones de los hombres, que es siempre garantía de libertad y favor gratuito que el Señor concede a quien quiere.
Lo decía el papa Francisco: “La Iglesia crece por atracción, atracción del testimonio que cada uno de nosotros da al pueblo de Dios”. En esto conocerán que sois discípulos de Jesucristo, en el amor que hay entre vosotros. Inefable criterio de reconocimiento y credibilidad.
Se escucha y se sigue al que habla o actúa, más que por las palabras que dice, por las acciones que realiza, por el testimonio. Por la coherencia entre la fe y la conducta de cada día. ¡Es cristiano! Y se le nota. Y en la comunidad cristiana, la de los primeros tiempos apostólicos, crecía el número porque se iban agregando aquellos a los que Dios había tocado de su mano y el testimonio de los creyentes les había seducido por la caridad que mostraban hacia todos. Dios sigue cuidando de la Iglesia fundada por Jesucristo.
En el nº 2.998 de Vida Nueva