“Cristianos con riesgo”

Ciriaco BenaventepCIRIACO BENAVENTE MATEOS | Obispo de Albacete

“El riesgo puede hacer que el cristiano acabe “cediendo a la seducción de los sucedáneos (…) o transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición”. De hecho, los viejos dioses de la antigüedad pagana, secularizados y vestidos de paisano, campean a sus anchas en nuestra sociedad postmoderna”

La frase que encabeza este comentario pertenece a la carta apostólica del beato Juan Pablo II Al inicio del nuevo milenio. Es una carta con valor programático. Dice el texto a que aludo: “Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no solo serían cristianos mediocres, sino cristianos con riesgo. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizá acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición” (n. 34).

El riesgo del que habla el Papa es, por desgracia, un hecho verificado en la experiencia diaria. Basta asomarse a cualquier encuesta sociológica que investigue las creencias y vivencias religiosas de los españoles. El riesgo es aplicable a todos: un obispo, un cura, un religioso/a o un laico/a que no dedique tiempo al cultivo de la fe, que no viva la experiencia del Espíritu, es un cristiano en riesgo.

El riesgo puede hacer que el cristiano acabe “cediendo a la seducción de los sucedáneos (…) o transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición”. De hecho, los viejos dioses de la antigüedad pagana, secularizados y vestidos de paisano, campean a sus anchas en nuestra sociedad postmoderna. Y, hace unos años, se constataba que, en nuestra culta Europa, el número de astrólogos y pitonisas triplicaba ya al de físicos y químicos.

Lo de no creer en Dios puede llevar, como venía a decir Gilbert Keith Chesterton, a que uno acabe creyendo en cualquier cosa.

En el nº 2.756 de Vida Nueva.

Compartir