Este jueves 20 de marzo se cumplen cinco años de la invasión de Irak, que desató la contienda en el país. Desde entonces, la guerra y la posguerra han dejado un balance de miles de muertos, muchos de ellos católicos, una comunidad que se siente perseguida. Pocos días antes de este triste aniversario, el arzobispo caldeo de Mosul, Paulos Faraj Rahho, ha aparecido muerto, dos semanas después de haber sido secuestrado por un grupo de hombres armados. La revista Vida Nueva recoge en su último número el testimonio de primera mano de un misionero español en Bagdad.
(Manuel Hernández-Misionero carmelita en Bagdad) Estos cinco años de guerra y posguerra en Irak, que se cumplen este mes, han sido la cumbre de todo lo vivido por los cristianos en el país, sobre todo desde la aparición del Islam. Desde 2006, y sobre todo tras las tristemente famosas viñetas de Mahoma en Dinamarca, ha aflorado una antipatía hacia los cristianos entre los iraquíes de forma que hoy se puede decir que éstos están en peligro de extinción. Últimamente han descendido mucho los atentados en Irak (se estima que un 60%), pero no se sabe si es porque la mayoría de los cristianos se han ido o porque han muerto tantos que ya no quedan… A pesar de las dificultades, viven su fe con actitud valiente, uniéndose los unos con los otros.
Por eso no quisimos los carmelitas cerrar las iglesias. No queríamos obligar a las personas a quedarse recluidas en sus casas. Los templos son también lugares de encuentro, y en situaciones así, los cristianos necesitan reunirse para animarse los unos a los otros. Muchos se han ido al norte, al Kurdistán; otros se han marchado a Jordania o Siria; a Canadá o a los Estados Unidos; y a otros muchos los han matado. Ahora sólo hay un tercio de los que había, y se concentran en las iglesias que aún mantienen al frente a algún sacerdote. De esta manera no falta gente en la misa dominical y, sobre todo, en las fiestas de Navidad y Pascua.
Se calcula que en 2006, de una población de 26 millones de iraquíes, el 5% eran católicos (de 1,5 a 2 millones de personas), entre los que había caldeos, siro-católicos, maronitas, latinos, entre otros. Aún hoy el peligro para nuestra comunidad no ha desaparecido. Persiste entre nosotros una ideología derivada del Islam que pretende una reconquista de todo, incluso de Occidente, y los muyaidines, es decir, los integristas musulmanes, quieren limpiar la tierra de “infieles”.
No se esconden
No obstante, los cristianos se sienten arropados por la Iglesia universal, porque el mero hecho de haber sido elevado hace unos meses al cardenalato el patriarca caldeo de Bagdad, Emmanuel Delly III –que es la principal autoridad religiosa cristiana–, ha sido un reconocimiento, no sólo a su persona, sino a toda la comunidad. Ellos no renuncian nunca a su religión, pero la violencia es tal que la mayoría prefieren marcharse, si pueden, porque tienen que mirar por sus hijos. Pero no hay que interpretarlo como un acto de cobardía, porque no se esconden, ni siquiera ocultan sus crucifijos.
Estamos a punto de celebrar la Semana Santa y aquí los cristianos la viven con toda la fuerza, y no digamos ya la Pascua. Cuando llegué en 2004, recién acabada la guerra, a los pocos días empezaba la Semana Santa. Durante la Cuaresma, los viernes se hacía un Vía Crucis bastante multitudinario. Yo me sentaba en los últimos lugares, y al ver a tantos niños y mayores en ese acto, pensaba que tenía la respuesta a todas las dudas que me asaltaron antes de llegar a Bagdad. Me di cuenta de que tenía sentido que yo estuviera aquí viendo el dolor de Jesús, del cual toda esa gente participaba. Con el sufrimiento de Cristo también estábamos celebrando el dolor de la gente, y eso me iluminó.
Juan Pablo II, con ocasión del I Jubileo de la Fe Cristiana en Oriente, en 2000, decía a los iraquíes que la riqueza de nuestra tradición espiritual ha fortalecido a muchos hombres y mujeres santos que han derramado su sangre por Cristo. En efecto, las comunidades cristianas de Oriente han sido muy florecientes, han tenido obispos, monasterios, escuelas de teología, pero con la invasión del Islam y la llegada de los tártaros, todo cayó por tierra. Es una tragedia humana y religiosa, y hay que hacer algo por estos cristianos. Lo ideal sería dejar que los ánimos se calmen y arreglar las cosas de una vez. Que se respeten los unos a los otros, que se vea al de enfrente como a un hermano. Los cristianos de Irak son un ejemplo para nosotros en pleno siglo XXI, por lo que se merecen que les ayudemos en todo lo que podamos, empezando por la oración.