(Andrea Riccardi– Fundador de la Comunidad de San Egidio)
“En un caluroso agosto hace 40 años, en Praga, tan excitada y vital como nunca antes, tanques soviéticos aplastaron la esperanza. Nada podía descongelarse en Oriente y todo estaba regido por la ley de acero de la guerra fría (…) Pero se habían olvidado de la fuerza de las personas, por muy pisoteadas que estuvieran”
Del 5 al 20 de agosto de 1968, Praga encendió los corazones en todos los países del Este europeo: “Necesitamos un Dubcek nuestro” -decían los estudiantes polacos en marzo de 1968-. Recuerdo que Juan Pablo II me habló del valor del 1968 checoslovaco, un modelo para el polaco, y de cómo después se unió a la revolución obrera: para él eran los dos empujes hacia el 1989. “El camino de la libertad empezó en 1968”, dijo Michnik.
Puede parecer una pequeña historia, acabada en la represión policial. En un caluroso agosto hace 40 años, en Praga, tan excitada y vital como nunca antes, tanques soviéticos aplastaron la esperanza. Nada podía descongelarse en Oriente y todo estaba regido por la ley de acero de la guerra fría.
Así se pensó en Occidente. Así pensaron los soviéticos. Pero se habían olvidado de la fuerza de las personas, por muy pisoteadas que estuvieran. Fuerza débil respecto a los sistemas ideológicos y a los aparatos policiales, pero carcoma que corroe y libera energías vitales.
En 1989 emergieron poderosamente esas energías desde las profundidades. Pasternak pone en boca de un personaje del Doctor Zhivago estas palabras: “Algo se ha puesto en movimiento en el mundo… la persona, la predicación de la libertad… La vida humana personal se ha convertido en la historia de Dios”.
Para el gran pensador francés Olivier Clément, es el “fermento de la persona”: “Una afirmación de los derechos del hombre, descubierto cada vez más lúcidamente… como un misterio irreducible a cualquier reducción”. “La única oposición -escribía Clément en 1986- capaz hoy de afrontar al totalitarismo, sin llevar en sí los gérmenes de un nuevo totalitarismo, es cristiana y personalista”. Los “hombres del subsuelo”, como decía Dostoievski, orientan la historia más de lo que creemos.