ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
“Entre los extremos del hedonismo y el masoquismo, los cristianos podemos con-vivir con Cristo cada día, confiados en las manos del Padre…”
Ya está dicho: Es Cristo quien vive en mí. ¿Entonces…? Pues caben dos acentos, sin excluir ninguno de antemano: uno, que yo viva en Cristo y en su tiempo; otro, que Cristo viva en mí, aquí y ahora en mi circunstancia. Es notable que Jesús no diga que tomemos su cruz, sino la nuestra, la de cada uno y la de cada día.
Entonces, también se podría matizar: Jesucristo toma cada día mi cruz, y me ayuda a llevarla. Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Vamos hacia el futuro de la historia por cumplir, siempre asumiendo y viviendo de la raíz –la Encarnación, la Redención, la Glorificación–, caminando hacia la Parusía. Jesús está creciendo en el Cristo místico, llenándolo todo, como en una encarnación continuada. Y el Espíritu Santo, como en el seno de María y en el hogar de Nazaret, sigue formando y guiando al Logos humanado, para gloria del Padre. En su tiempo no pudo, pero ahora sí puede tener un ordenador, utilizar un móvil o viajar en avión.
Él debe seguir encarnándose en todo lo humano y lo cristiano: la ciencia y la cultura, el trabajo y el deporte, la economía y la política; el matrimonio o la vida consagrada; el servicio a los pobres o el ministerio pastoral. Nuestra continua pregunta existencial podría ser: ¿qué haría Cristo en mi caso? Para eso tenemos nuestro pedagogo, el Espíritu Santo.
Jesús resucitado ha conservado las huellas de la cruz. Nosotros, bautizados, hemos recibido esas huellas, para vivirlas en nuestra propia dimensión. De alguna manera, toda la vida podemos vivir crucificados con Cristo y resucitados con Cristo, camino de la gloria.
Entre los extremos del hedonismo y el masoquismo, los cristianos podemos con-vivir con Cristo cada día, confiados en las manos del Padre, con la fortaleza y la alegría que en cada situación nos dará el Espíritu Santo, porque a cada día le basta su afán, hasta que llegue nuestra hora…
En el nº 2.912 de Vida Nueva.
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