JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Vuelven los socialistas al laicismo de corte decimonónico, sin haber aprendido qué es eso de la “sana laicidad”. Y, precisamente, cuando la Iglesia inicia una nueva etapa. Cuando el Papa declaró no haber sido “nunca de derechas”. Cuando, ahora más que nunca, abre templos vacíos para los pobres y atiende full time comedores de Cáritas para dar alimento a quienes sus políticas dejaron en la calle. Ahora, con pobreza de ideas, la cuestión de la Iglesia vuelve al escenario con viejos tópicos, reavivando fantasmas de antaño.
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Cuando en Madrid, por la huelga de basura, se olía a “infierno e hidrocarburo –que decía Sánchez Dragó–, solo el silencio se escuchaba”. Un silencio roto para dibujar el mañana socialista. Un trabajo duro para reinventar, borrar, excusar, retomar fuerzas, pero con esa amnesia de la que los sacó Pedro Solbes, en esos mismos días, con su libro Recuerdos, recordándoles las verdades del barquero: de los “brotes verdes” salieron “agrazones”. Mientras, ellos, gritando: “¡A las barricadas!”. Y ya se ven las barricadas cuánta basura acumulan.
Como decía Goethe: “Se tiende a poner palabras allí donde faltan ideas”. Y parece que faltan ideas para frenar a los amos del dinero; detener el éxodo juvenil, del que un día darán cuentas a la historia; solucionar el tema territorial, otro señuelo en el ruedo ibérico.
Es más fácil echar mano al viejo trapo de la Iglesia “tras un debate largo, intenso e interesante”, como dicen eufóricos. Me imagino a Alfonso Guerra diciendo: “Oye, nene, lo que no esté roto, no lo arregles”.
Parece que faltan ideas para frenar
a los amos del dinero, detener el éxodo juvenil
o solucionar el tema territorial.
Es más fácil echar mano al viejo trapo de la Iglesia.
Imaginación al poder para sacar a este país del laberinto en el que nos metieron, es lo que hace falta. No esa palabra hueca, vieja, con olor a naftalina, que saca el hacha y hace responsable a la Iglesia de todo, aunque no les duelen prendas en presidir procesiones, formar parte de fundaciones católicas, pagar la compra de imágenes, ponerse medallas y asistir a romerías.
Abrieron la vieja gaveta: asignatura de Religión fuera del currículo y del horario escolar, autofinanciación, concordato y el IBI.
Imagino qué dirán aquellos políticos socialistas que, sin renunciar a ser cristianos, trabajaron para que el sentido común se asentara en las relaciones Iglesia-Estado y la pluralidad fuera una realidad más que una intención.
A beneficio de inventario quedan nombres como José Bono, que aún cree posible seguir trabajando, sin tirar la toalla. O Francisco Vázquez, allá en su retiro gallego, con pesimismo ante el ascenso de jóvenes sin memoria de la historia reciente. O Moratinos, o García de Andoin, puente entre orillas. Algún día le preguntaré qué pasó con Jáuregui, a quien todos creían creyente hasta que un día dijo que eso no era cierto, que lo suyo era la pluralidad y el respeto.
Ahora, en estos días, ha abanderado un laicismo positivo sin rodaje. Los Cristianos Socialistas no son tantos, pero los votantes cristianos que votan al socialismo son muchos más.
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En el nº 2.871 de Vida Nueva