JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
En el siglo XIX, Oscar Wilde expresó la diferencia entre periodismo y literatura, tildando al primero de ilegible y a la otra como no leída. Ciertamente, los medios de comunicación han presentado graves deficiencias a lo largo de su historia. Pero en momentos sombríos han iluminado el camino de la libertad.
Y, aunque a comienzos del siglo XX escritores españoles buscaron en la prensa una espuria remuneración económica, otros como Azorín, Baroja, Maeztu, Machado, Pérez de Ayala, Eugenio d’Ors, Gómez de la Serna o Maragall hicieron uso de este oficio con el fin de “agitar los espíritus para crear opinión pública”. Así lo expresó Unamuno, y más categórico fue Ortega cuando definió como plazuela intelectual el periódico que había fundado.
El 11 de marzo de 1966 (nº 512), Vida Nueva exponía cómo se había transformado esa plazuela intelectual. Entonces, la radio y, sobre todo, la televisión empezaban a ocupar el centro de una plaza que deslumbraba a quienes observaban la recepción de la información en forma de imágenes y sonidos.
La eclosión de Internet, las redes sociales, los blogs, el modelo de financiación, el exceso de información, la precariedad laboral y una presión política y empresarial que hostiga la libertad periodística, amenazan a una plazuela ineludible para desengrasar la maquinaria democrática. Aparato que, precisamente en España, no tiene un óptimo rendimiento.
En el nº 2.980 de Vida Nueva