Cuatro reflexiones para la Semana Santa

Cuatro reflexiones para la Semana Santa

‘Sus heridas nos curaron’

mano-cristo-muerto(Vida Nueva) Inmersos en la Semana de Pasión, cuatro voces (un sacerdote, dos religiosos y un laico) nos explican cuáles son los elementos más significativos de este tiempo litúrgico para los cristianos y nos ofrecen una reflexión para cada uno de los cuatro días. Francisco J. Castro habla del Jueves Santo, Jesús Moreno Lorente del Viernes, el Sábado Santo es para Bernardo-Recaredo García Pintado y Juan José Rodríguez habla del Domingo de Resurrección. 

JUEVES SANTO

La mesa de la fraterna solidaridad

francisco-j-castro(Francisco J. Castro– Superior del convento franciscano de Compostela) Paz y bien. A las puertas ya de la celebración de la Semana Santa, un algo de nosotros mismos se inquieta y abre hacia un horizonte de esperanza, porque hay un algo que somos que necesita encontrar estímulos y cauces de expresión. Se trata de la espiritualidad entendida como espacio íntimo de encuentro con la Alteridad, a la que tendemos de modo innato, aún cuando estemos enfrascados en esta ardua tarea de ser personas humanas en medio de una sociedad materialista y egoístamente envolvente.

El Jueves Santo evoca un acontecimiento histórico singular. Jesús de Nazaret, a las puertas mismas de consumar su vida, celebra la “última cena” con sus discípulos, al tiempo que la espada de Damocles de la traición y el abandono se cernía sobre su cabeza. Pero lo decisivo de aquella noche no fue el hecho de que un grupo de personas se reuniesen para celebrar la Pascua (el “paso” de Dios), sino el gesto sencillo, profundamente significativo, del pan que se parte y se comparte, y del vino que alegra el corazón y es signo de amistad. De este modo, lo cotidiano, el compartir la mesa, se convertía en experiencia profunda y mística de comunión con el Dios del amor.

En ese día conmemoramos la institución de la Eucaristía como sacramento, y el “día del amor fraterno”. ¿Qué mayor gesto de amor que el entregar la propia vida por los demás? ¿Qué sacramento más significativo que el de la caritas? Nuestra Eucaristía no será tal si no besa las raíces de la vida nuestra de cada día, si no somos capaces de construir fraternidad tal y como la experimentó alter Christus (otro Cristo): Francisco de Asís, hombre profundamente evangélico y, por ello, comprometido en la causa del amor al prójimo. 

Debemos celebrar el gran sacramento de la vida, entendida como espacio sagrado en el que Dios se hace alimento de esperanza. Que nuestra Eucaristía no nos aparte del compromiso cotidiano, en aras de la justicia y la paz, que son pórtico de entrada al Reino de los cielos anhelado y que se conquista a fuerza de amor fraterno. Un Reino que ya está actuante en ti (¿no percibes su rumor?). Practiquemos la teología-filosofía del amor al prójimo. Entonces sí, habrá llegado el auténtico Jueves Santo de nuestra salvación.

VIERNES SANTO

Tarde negra, profundo misterio a adorar

jesus-moreno-lorente(Jesús Moreno Lorente– Sacerdote de la diócesis de Jaén) ¡VIERNES SANTO!, ésta es la noticia: acaban de asesinar a un hombre inocente, que, además, dicen que es Dios. Anoche, cuando estaba rezando a solas en el campo, un amigo traidor lo entregó al tribunal de la religión, al tribunal del imperio, finalmente al tribunal popular y, entre todos, lo lincharon y lo crucificaron. Era conocido como Jesús de Nazaret, el hijo de María, el hijo de José, el Hijo de Dios. 

¡VIERNES SANTO!, tarde negra, cuentan los que lo vieron; el pueblo pasó de la juerga a una corrida despavorida cuesta abajo para esconderse cada uno donde y como pudiera; cundía el pánico a la voz de “hemos matado a Dios”. 

¡VIERNES SANTO!, montaña negra, donde abunda la muerte pero mucho más la Vida, donde se enseñorea el odio y la traición pero mucho más el Amor, porque es verdad que, como Cristo, han muerto muchos condenados, y es verdad que, como Cristo, han sufrido muchos agonizantes, pero es mucha más verdad que, como Cristo, no ha habido jamás ni un solo ser humano que haya entregado su Vida por Amor al enemigo. 

¡VIERNES SANTO!, profundo misterio a adorar, no tanto por la pasión vejatoria, ni por la traición de casi todos, ni por la muerte en cruz de criminal, cuanto por el Amor de Dios por mí en Cristo.

¡VIERNES SANTO!, me pregunto: “Si es maldito todo el que cuelga de un madero, ¿por qué te dejas colgar?”. Me parece oír algo así: me hice pecado por ti y no había más remedio que pagar, que restituir, que redimir, si es que te amaba; no te lo creerás: tú eras el pecado y yo me puse en tu lugar; Yo sé que mi Padre me ama con amor infinito, pero al pecado, que es lo tuyo, había que destruirlo y vencerlo, y ése… fue mi lío de amor; hoy, si me ves por la calle en una cruz, piensa que eres tú liberado y yo condenado. ¡Señor, sigo sin entender por qué me has amado tanto!

¡VIERNES SANTO!, hoy aprendí a adorar más al Crucifijo, a dar más gracias al Crucifijo, a desear imitar más al Crucifijo, porque es demasiado Amor el que rezuma de tanto dolor injusto y de tanta muerte ignominiosa; hoy aprendí que una cruz sin Cristo es tan absurda como un Cristo sin cruz; hoy aprendí que un pecado, cometido libre y responsablemente, es cosa tan seria como la crucifixión de un hombre inocente, como la muerte de un Dios que ama sin medida.

SÁBADO SANTO

Fiesta del silencio meditativo y expectante

bernardo-recaredo(P. Bernardo-Recaredo Gª Pintado– Monje de Silos)El Sábado Santo es el día de la celebración íntima del corazón. Es el día del silencio, de la reflexión y profundización, para contemplar. Es el día del despojamiento litúrgico. Callan las campanas y el órgano. El altar está desnudo; el sagrario, abierto y vacío. Es el día de la ausencia del Señor. El Esposo ha sido arrebatado. El Señor ha ocultado su rostro, ha sustraído su presencia, está ausente, está mistéricamente muerto. Él que es el Verbo, la Palabra, está callado. Pero es un silencio que se puede llamar plenitud de la palabra. Día realmente de dolor, de soledad, de reposo, pero de esperanza confiada en que Cristo ascenderá de nuevo a la vida.

El Misal Romano (3ª ed. Típica, 2002, p. 333), al referirse al Sábado Santo, es sumamente parco; no obstante, nos ofrece varios temas que configuran el verdadero rostro de este día: “Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos, y esperando en oración y ayuno su resurrección. Se abstiene del sacrificio de la Misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la resurrección, se inauguren los gozos de Pascua, cuya exuberancia inundará la cincuentena pascual. No se puede dar la sagrada comunión a no ser en caso de viático”.

Es, pues, un día de meditación y silencio, pero no un silencio cualquiera, porque hay silencios que no son silencio. Las momias son mudas, no silenciosas. La amargura no es silencio, y no es silencio el encierro. Hay mutismos perversos que fraguan destrucción y venganza, es el falso silencio del resentimiento. Tampoco la mera pasividad merece el nombre de silencio, y la simple ausencia de ruido no crea lo que llamamos silencio. El verdadero silencio es un camino de búsqueda, es la espera del amor. El silencio auténtico es la actividad profunda del amor que escucha; por eso podríamos decir que es el oído con el que escuchamos los latidos del propio corazón. Es el puente que nos comunica con la otra orilla en el mar de Dios. El silencio del Sábado Santo es el eco de la presencia de Cristo en el lugar de los muertos. Hay algo más: silencio es el nombre de María al pie de la cruz y junto al sepulcro. Y al lado de ella, la Iglesia también callada, en un silencio grávido, reverente, como la mujer que aguarda su alumbramiento, en una actitud de espera gozosa.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Testigos de vida y esperanza

Juan José Rodríguez(Juan José Rodríguez– Delegado diocesano de Apostolado Seglar de Getafe) El Domingo de Pascua es la solemnidad más importante del año litúrgico y, por ello, la liturgia de la celebración de ese día se enriquece especialmente de signos y símbolos, para realzar el extraordinario hecho de que Cristo ha resucitado y vive para siempre.

Hay mucho miedo en el mundo. El temor a tantas cosas: las dificultades, los conflictos, los fracasos, la falta de trabajo, el abandono, la soledad, la enfermedad, la vejez, la muerte… generan en nosotros tristeza, angustia, sufrimiento, desesperanza.

No puede haber mayor alegría que descubrir que Dios ha resucitado a Jesús, que Cristo ha salido victorioso de la muerte y que vive ya para siempre. No sólo celebramos la resurrección de Cristo, también la nuestra. La muerte ya no tiene la última palabra, pase lo que pase estamos resucitados. Si la muerte no tiene la última palabra, menos aún muchas de las situaciones o circunstancias que nos angustian y tememos. Experimentar esto tiene como consecuencia que la alegría profunda y verdadera ha de ser característica de nuestra vida.

No puede haber experiencia más gozosa que ser y saber que somos hijos de Dios. El inmerecido don que Dios nos ha concedido de ser testigos de la resurrección de Cristo ilumina con intensidad la vida personal, y esa luz transforma nuestra existencia, capacitándonos para comunicar a otros el cambio operado en nuestra vida, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”, según nos recuerda la Escritura.

El encuentro con Cristo resucitado hace surgir en nosotros una vida nueva, en realidad supone que pasamos de la muerta a la vida, de la oscuridad a la luz. Sólo que Cristo vive, explica que hoy de nuevo siga habiendo hombres y mujeres dispuestos a dejarlo todo por seguir a Jesús, a ponerle en primer lugar en cualquier estado o situación de la vida. El saber que Cristo ha resucitado despierta la confianza frente a tantos temores que se apoderan de nosotros. La esperanza será el santo y seña de todos los creyentes en el Resucitado.

Cristo resucitado pone a la Iglesia en marcha, en camino, anunciadora de la buena noticia y portadora de esperanza y alivio a tantos hermanos nuestros cansados y agobiados. El Señor nos ha hecho testigos de su Resurrección y ha operado en nosotros el paso de la muerte a la vida, pero, al mismo tiempo que nos ha elegido, nos ha destinado a dar testimonio de lo que hemos visto y oído. En un mundo donde las noticias son cada vez más catastrofistas, donde el pesimismo y el cansancio existencial se van extendiendo cada vez más, los cristianos somos, deberíamos ser, estamos llamados a ser, testigos de vida y esperanza, porque Cristo ha resucitado y su Resurrección ha cambiado ya para siempre el signo de la historia, aunque esto no nos evite las dificultades presentes.

En el nº 2.655 de Vida Nueva.

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