JOSÉ MANUEL CAAMAÑO, profesor de la Universidad Pontificia Comillas |
Escribía en 1972 H. U. von Balthasar que el significado de la autoridad oficial era una “potestad espiritual, cristiana, que debe ejercitarse únicamente en la humildad en beneficio de los otros, que en ella deben encontrar fuerza y vigor”.
Es una autoridad que se ejerce no tanto con mano firme cuanto a través del servicio y la misericordia, consciente de que dirige una barca que no le pertenece, pero cuyo timón tampoco puede dejar a la deriva.
Resulta difícil imaginar en pocas líneas el papa del futuro, en una existencia en donde el deseo choca inevitablemente con los límites de la realidad. Por ello, simplemente me atrevería a anotar alguna tarea que me parece urgente.
La primera de ellas es que el próximo papa debe tener la suficiente destreza para saber integrar dentro de la Iglesia todos los nuevos movimientos privilegiados en los últimos pontificados con las demás fuerzas eclesiales, gestionando el pluralismo sin exclusiones y mostrando su apoyo a los diversos carismas de la Vida Religiosa y a otras formas de vida cristiana.
La primera tarea urgente es
que el próximo papa debe tener la suficiente destreza
para saber integrar dentro de la Iglesia
todos los nuevos movimientos privilegiados
en los últimos pontificados con las demás fuerzas eclesiales.
La segunda es la necesidad de descentralizar una Iglesia que es universal, tanto en la estructura como en sus formulaciones, algo que ya Pablo VI decía de forma clarividente; la colegialidad y la sinodalidad deben ser tomadas en serio. La universalidad solo es fuente de riqueza cuando sabe respetar e incorporar la diversidad.
La tercera es buscar vías de encuentro con las demás Iglesias cristianas y las otras religiones, pero con un diálogo que sea auténticamente real y eficaz.
Y la cuarta es el apoyo de espacios de reflexión teológica rigurosa pero libre, en donde los teólogos puedan realizar su función de servicio a la Iglesia desde su propio terreno y sensibilidad.
Ciertamente, los últimos años han sido complicados para la Iglesia, y Benedicto XVI hizo lo que debía hacer. Por eso, tras limpiar la casa, es el momento de un papa que no tenga que pasar a la historia por problemas internos y controversias, sino por hacer de la Iglesia una realidad significativa y testimonial para los seres humanos del siglo XXI. Tras depurar los cimientos, toca seguir construyendo el edificio con humildad y servicio.
En el nº 2.839 de Vida Nueva.
NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: PREPARANDO EL CÓNCLAVE