GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
Cada año, cuando se acerca la Navidad, siento la necesidad de revolver la biblioteca hasta encontrar el Cuento de Navidad de Charles Dickens. Es una llamada interior a recuperar el mensaje siempre actual de esta obra que, en su origen, quiso ser un verdadero canto a estas fiestas.
Como sabemos, es la historia de un hombre malvado, o lo que es lo mismo, amargado, para el que todos los días son iguales y las personas, números que pasan de largo por su vida, sin pararse, sin entrar, sin afectarle. La Navidad para Scrooge, que así se llama el personaje, eran “paparruchas”.
Sin embargo, algo cambia en su vida al enfrentarse con los fantasmas del pasado, del presente y del futuro. Se le da la oportunidad de comprobar que hay un modo mejor de vivir la Navidad, como la misma vida, y, sobre todo, la oportunidad de cambiar, de vivir de otro modo. Scrooge aprendió la lección, y ¡claro que cambió!
Me gusta este cuento porque es la realidad misma de lo que celebramos en Navidad. Navidad es la oportunidad de ver la realidad desde otra perspectiva, es la posibilidad siempre nueva de cambiar mi vida, de salir de nosotros mismos para encontrarnos con la hermosa experiencia del otro. Navidad es el momento de salir de la rutina que envejece para abrazar la novedad que rejuvenece.
Y todo esto gracias a un Niño, al Hijo Eterno de Dios que, tomando nuestra carne, se hizo uno de nosotros para mostrarnos que solo en el amor dado se encuentra la felicidad que todo hombre busca. Un Niño nacido en medio de la pobreza para que sepamos donde está la verdadera riqueza; para que no nos encandilen las luces, ni nos ensordezca el bullicio, sino que miremos el verdadero rostro de Dios en los hombres, especialmente en los más pobres.
Me gusta el cuento de Dickens porque, como la Navidad, es una invitación a la generosidad.
Publicado en el número 3.016 de Vida Nueva. Ver sumario