Mª DAVINIA LÓPEZ PICAZO | Profesora de Religión
¿Deja de enseñar un profesor al que cambian de colegio? ¿Puede educar si un día la pizarra digital no funciona o le faltan las tizas? ¿La eliminación de un contenido o su transversalidad en el currículo impiden mi tarea educativa diaria?
Los cambios en los que nos vemos envueltos afectan –en mayor o menor medida– a la tarea educativa, pero un profesor puede educar con y a pesar de lo que se tiene o falta; a pesar de lo que le proponen o le prohíben; a pesar del color del partido que gobierne (siempre que se le permita ser maestro). Educar, entendiendo este concepto en toda su riqueza, va más allá de los condicionantes externos, de tal manera que podríamos decir con el gran Arquímedes “dadme un punto de apoyo”, o una clase con alumnos, “y moveré el mundo”.
Considero que el profesor de Religión puede mover el mundo a pesar de los cambios y las circunstancias que le rodean, porque un maestro es más que las circunstancias. El profesor de Religión mueve el mundo porque cambia los corazones, despierta las mentes e invita a las voluntades hacia el bien, la verdad y el amor.
¿Los medios? Los que encuentre. ¿El tiempo? El que le den. ¿El objetivo? El desarrollo pleno e integral de la personalidad del alumno teniendo en cuenta su dimensión religiosa. ¿Los contenidos? Los propuestos por la Iglesia como Madre Sabia. ¿Los límites? Ninguno, ya que el cristianismo está y ha estado en continuo diálogo con el mundo y la cultura y responde a preguntas de sentido latentes en el corazón del hombre desde siempre. ¿El respaldo? La elección de los padres. ¿La forma? La vida, la formación y la palabra. ¿Su maestro? Jesucristo.
Para cualquier docente, ningún día es igual; unas veces, el cambio se manifiesta a través del niño al que tienes delante, que puede ser inmigrante, español, bautizado y estar triste, nervioso o enfadado. Otras veces, el cambio se da en el compañero condicionado o no por la presencia de tu asignatura en la escuela, su buen humor o su enfado por la entrega de papeles, o la situación familiar.
Rara vez el cambio se da en el currículo, pero se da. Y la mayoría de las veces, lo que varía es tu estado de ánimo. Para que un educador se adapte bien a los cambios, pequeños o grandes, y al mundo variable en el que vivimos, son necesarias la audacia y la creatividad, como nos recuerda el papa Francisco, un continuo “salir de sí” y estar en condiciones de adaptarnos a lo que venga, de tal manera que –siendo fiel a lo esencial– el fruto se dé a pesar del “tiempo”.
Hay que saber aprovechar lo que tenemos. No obstante, debemos defender lo que es de justicia con los medios legítimos, por el bien social y de la persona, porque el futuro se construye en el ahora, sin olvidar que en el “ahora” hay que ser feliz. Me doy este consejo y lo comparto: desempeñemos la ardua tarea de educar guiados por la esperanza y la alegría, porque no estamos solos y la empresa que llevamos entre manos lo merece.
En el nº 2.933 de Vida Nueva