(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Los cristianos sabemos que todas nuestras obras están cuidadosamente anotadas en el corazón de Cristo, que supo destacar la pequeña limosna de la viuda en el templo, y algún día nos dirá: Ven a mis brazos, bendito de mi Padre…”
Los medios de comunicación social tienen también sus filias y sus fobias. Así, el 6 de junio dedicaron una merecida atención a las hazañas deportivas de Nadal, Gasol, Lorenzo, Alonso, etc., pero casi ignoraron a Gómez Noya, que ese mismo día ganó con autoridad, en Vancouver, el campeonato del mundo de triatlon -ciclismo, natación y pedestrismo-. Es triste, pero nada nuevo. La Fama siempre ha tenido fama de ser una señora voluble y caprichosa.
San Pablo compara la vida cristiana con una carrera en la que se gana una corona. Pues sí; así fue la vida de Jesús, pero ¡qué gran carrera y qué corona la que se ganó en la cruz! ¿Qué habrían dicho los medios de comunicación la tarde de Viernes Santo de lo que había ocurrido allí, en el Calvario?
Hay que reconocer que, aun teniendo buena voluntad, no siempre es posible conocer, reconocer y aplaudir todas las buenas obras, grandes o pequeñas, que se realizan en el mundo, ni siquiera en el mismo seno de la comunidad cristiana, donde a veces hay olvidos, errores e injusticias a la hora de repartir honores, cargos, distinciones… Pero, después de todo, los cristianos sabemos que todas nuestras obras están cuidadosamente anotadas en el corazón de Cristo, que supo destacar la pequeña limosna de la viuda en el templo, y algún día nos dirá: Ven a mis brazos, bendito de mi Padre, porque estaba triste, solitario y sediento y me diste un vaso de agua fresca, una sonrisa y un beso; porque cuando tuviste un embarazo indeseado me recibiste y me acogiste, renunciando al aborto, a pesar de los problemas que eso te traía; porque acompañaste al inmigrante en los papeleos de la policía o del ayuntamiento… Ven, porque a mí me lo hiciste.
No hay que preocuparse. Para todos habrá trofeos de esos que no se marchitan, como una corona de laurel o un cheque de millones de euros, que al fin se gastan y vuelan para siempre.