FRANCISCO ARMENTEROS MONTIEL (GETAFE, MADRID) | En el artículo Libros 2013, una cosecha con aromas papales, J. L. Celada hace un atinado resumen de los libros del año, como ya es tradicional, dando voz a los protagonistas (los editores).
Y escribe: “Por lo demás, el Año de la fe ha sido testigo de argumentos de sobra conocidos entre las editoriales religiosas: continuidad, crisis… y, por supuesto, desafíos (teológicos, bíblicos, catequéticos, pastorales, litúrgicos, espirituales…) a los que dar respuesta con novedades, colecciones de nuevo cuño y materiales de los más diversos formatos y utilidades”.
No sé si hay una cierta ironía en ese “por supuesto”; y es que no resulta fácil encontrar algún escrito, conferencia, mesa redonda, curso, jornada… donde no se hable de “los desafíos” o de “los retos”, o peor aún, de “los retos y desafíos” de la familia, por ejemplo.
¿Qué diferencia hay entre reto y desafío? ¿No son demasiados desafíos? Y más, ¿el “gran desafío”? Dios me libre de censurarlo, pero, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, el papa Francisco se refiere 14 veces a los desafíos (incluidos los “ladillos”); en algún caso, “diversos desafíos”. Menos mal que advierte: “Los desafíos están para superarlos” (n. 109).
Me parece que, de tanto insistir en el concepto, pierde fuerza y aburre, cansa. Utilicemos, de vez en cuando, otros sinónimos.
En el nº 2.877 de Vida Nueva
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