FRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS | Deán de la Catedral de Jaén y delegado diocesano de Patrimonio Cultural
“Habrá que esperar a la finalización de la actual crisis para poder llevar a cabo una auténtica y renovada democratización cultural…”.
La lectura del último libro de Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, me ha traído a la mente una obra de Marc Fumaroli. En El Estado cultural, el ensayista francés criticaba la financiación que ministros como Malraux y Jack Lang hicieron en Francia de formas culturales que podían desarrollarse y sostenerse por sí mismas. En la mayor parte de los casos, esas iniciativas culturales eran sostenidas con una financiación faraónica a cargo de unas arcas públicas maltrechas, algo que explica en parte el origen de la crisis.
En su libro, Muñoz Molina repasa, desde su protagonismo personal, algunos proyectos gubernamentales de las últimas décadas en los que el intervencionismo estatal, so capa de democratizar la cultura, favorecía proyectos afines y negaba el pan y la sal a otras iniciativas sin importar su valor intelectual, sino su vinculación con el poder, o, lo que es peor, su utilidad como instrumento de control ideológico. Todo ello sostenido con un despilfarro frívolo e irresponsable cuyas consecuencias pagamos hoy.
La democratización cultural parecía ser una conditio sine qua non del progreso democrático, pero en realidad, señala Fumaroli, se ha convertido en sinónimo de destrucción “creativa” de todo lo que ha dado sentido a la vida humana: la religión, el patriotismo, la familia…
Habrá que esperar a la finalización de la actual crisis para poder llevar a cabo una auténtica y renovada democratización cultural, en la que el Estado intervenga dentro de los límites que le competen.
En el nº 2.884 de Vida Nueva.