CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Han quedado desatados los lazos de la maldad, se comparte el pan y se ponen vestidos al que está desnudo. Ha llegado un tiempo nuevo: el del reinado de Dios…”.
Benedicto XVI quería llegar hasta los desiertos de la pobreza, del hambre, del abandono, de la soledad, del amor quebrantado, y llevar al hombre al oasis de la conciencia de su dignidad rescatándolo de esos espacios de vacío y de maldad. El papa Francisco quiere que la Iglesia llegue a las periferias existenciales, las de la pobreza y la marginación, de los enfermos, de los niños sin escuela, de la gente sin trabajo ni esperanza. Aquí es donde quiere el Espíritu Santo que se anuncie a Jesucristo.
Los riesgos de acudir a los desiertos y a las periferias son muchos. Riesgo de la propia honra, pues se pondrá en entredicho por comer con los pecadores o por dejarse acompañar por unas personas a las que se niegue el derecho a su propia reputación.
Desafío del encuentro con la injusticia, que reclamará la profecía de la denuncia y de la corrección fraterna. Grito interior de la conciencia, que llamará a comprometerse en favor del excluido. Sentir el aguijón interior de verse incapaz de resolver y poner un poco de luz en tantos problemas y angustias de las gentes.
Pero el mayor de los riesgos es el de la apostasía, sucumbiendo ante el muro de la imposibilidad por resolver, casi de una manera técnica, las situaciones de injusticia y desvalimiento en las que se encuentran los hombres y mujeres que viven en esos desiertos y periferias.
La Iglesia llega hasta esos lugares interpelada por el mandamiento nuevo del Señor, que obliga a considerar a todo hombre como hermano y a servirle según el amor que Jesucristo ha puesto en su Iglesia. Este es el criterio de discernimiento y la motivación que impulsa a llegar a esos espacios desprovistos de aquello que el hombre necesita para vivir con un poco de dignidad.
El anuncio de la palabra de Dios tiene que ir unido a la realidad de la profecía: los pobres son evangelizados, las cadenas injustas son destrozadas, se ha realizado la liberación de los oprimidos. Han quedado desatados los lazos de la maldad, se comparte el pan y se ponen vestidos al que está desnudo. Ha llegado un tiempo nuevo: el del reinado de Dios. Todo lo demás vendrá por añadidura.
Muy lejos de olvidarse de la realidad de este mundo, el encuentro con el reino de Dios lleva a estar más cerca de todo lo humano, pero no para sucumbir en la infertilidad de un desierto meramente temporal o de una periferia ahogada por problemas sociales, sino para hacer que resplandezca la justicia y el derecho con acciones eficaces y responsables para una liberación verdaderamente completa y evangélica.
Solamente en el lenguaje práctico de la justicia y de la caridad es como se percibe la presencia del Dios de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la misión de la Iglesia: hacer que todos los desiertos y periferias de la injusticia y del pecado se conviertan en reino de Dios.
En el nº 2.856 de Vida Nueva.