Dios, el hombre o el dinero

(José Moreno Losada. Sacerdote en la UEX-Correo electrónico) Hace ya tiempo que estamos en una verdadera crisis, la de la avaricia sin límites, aunque ahora que hemos llegado a lo financiero es cuando parece que se ha convertido en discurso único. Sí, hace mucho tiempo que están en el tapete cuestiones de gran calado antropológico, no es nuevo que 2.000 millones de personas se esfuerzan por sobrevivir. Hace décadas que la identidad en esta sociedad se está midiendo, así como la dignidad y la autoestima, por el elemento laboral y económico. Esto ha creado sentimientos y propiciado una nueva escala de valores que condiciona la realidad personal. Nos hemos enriquecido a la vez que empobrecido personal y socialmente. Ahí está una de las raíces fundamentales de la crisis que llamamos financiera, pero que se ha asentado en la avaricia.

La mercantilización progresiva de crecientes facetas de la vida la normalizamos y justificamos, de tal manera que hemos hablado de la venta de uno mismo en el argot del mercado laboral, hemos defendido que era necesario saber venderse y cuidarse para tener un buen aspecto.

Curiosamente, según nos hemos adentrado en el ámbito de la riqueza, hemos reforzado actitudes defensivas con respecto a los prójimos, y a los más pobres se les ve como amenaza en la lejanía y a los cercanos como competidores. En este contexto, la persona queda tocada en su ser, en sus aspiraciones y deseos. No está nada fácil que se desarrolle la configuración altruista, solidaria, religiosa y trascendente del ser humano. Lo que nos encontramos más bien es a personas que se gastan en la infeliz búsqueda de su felicidad; se mueven a niveles superficiales, no aceptan la dificultad, la contradicción y el dolor como elementos de la vida que transforman y construyen para ser y vivir con sentido, no se abren al encuentro del otro como espacio de realización negándose a toda trascendencia humana y, por lo mismo, viven en la indiferencia total ante la posibilidad de la trascendencia divina como referencia última de vida y de sentido para la limitación, la debilidad y la muerte.

Es en este contexto donde hablamos de una nueva situación que se da en el ser humano, una crisis antropológica -el valor de lo humano-, a la que acompaña una crisis de lo espiritual y que en la sociedad europea comienza a abundar, nos referimos a la indiferencia indolora ante lo humano y a la cultura individual. Sigue en pie el aserto jesuánico de que no se puede servir a dos señores: “O Dios o el Dinero”, y no hay cosa peor que idolatrar el dinero, porque este Dios falso, como todos los ídolos, acaba exigiendo sus víctimas verdaderas, la verdadera humanidad.

En el nº 2.648 de Vida Nueva.

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