CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
¡Que tiemble Dios, que tiemble, porque sus días están contados! Proclama repetida y un tanto cansina que tenemos que soportar cuando la ciencia da un paso en sus investigaciones y descubre algo hasta ahora desconocido, cuando revela algo de lo que hasta el presente nada se sabía, pero que existía con anterioridad. No se trata de creación partiendo de la nada, sino de hacer ver aquello que hasta ahora no se apreciaba.
No acaba uno de comprender si el anuncio del logro científico es solamente una buena noticia o también una llamada de atención ante el derrumbe de la creencia religiosa, pretextando haber encontrado “razones” para alejar a Dios de la vida de los hombres y llenar de dudas la existencia de un Ser, único, eterno e inmutable, al que se quiere eliminar del catálogo de los que viven.
La creencia religiosa, la que se funda en la Palabra de Dios revelada por Cristo, no es ajena a la ciencia. Más bien, al contrario. Se acerca a ella y quiere dialogar y ayudar a que el hombre encuentre la Verdad de cuanto existe. Un buen ejemplo de todo ello es la Pontificia Academia de las Ciencias, con siglos de existencia y actualizada en 1986 por el papa san Juan Pablo II.
Esta Academia está formada por científicos de entre los más afamados y reconocidos en el ámbito universal. Algunos de ellos han sido ganadores del Premio Nobel e investigadores de tan alto nivel como puede ser Stephen Hawking. Algunos miembros son católicos, otros provienen de distintas creencias y religiones. El actual presidente, Werner Arber, Premio Nobel de Medicina, es protestante.
La diversidad, también en el ámbito de las creencias, avala aún más la libertad científica. La Academia es un particular espacio de encuentro entre la ciencia y la fe, entre el conocimiento positivo y experimental con la teología, que es la ciencia de Dios.
Ni la teoría del Big Bang ni el bosón de Higgs lograron terminar con el convencimiento religioso de la creación, sino que reafirmaron todavía más la existencia de un Dios Creador. Más bien, esos nuevos descubrimientos dejan en evidencia su pretensión de hacer que Dios desaparezca de la historia de la humanidad.
La Verdad, Dios, es inmutable. Lo peor que le puede ocurrir a la ciencia es salir de su propio ámbito y proponer unas conclusiones que van más allá del cuadrante por el que se mueve la experiencia positivista.
Publicado en el número 3.018 de Vida Nueva. Ver sumario