JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista
¿Quién no tiene un familiar o un amigo que, a partir del año 2008, ha tenido que hacer sus maletas y llamar a la puerta de un país extranjero? Son más de dos millones los españoles que se encuentran en una situación de residencia. Han experimentado un éxodo cuya salida hicieron con billete de ida y un interrogante en sus mentes: ¿sacaré algún día el de vuelta?
Son personas con talento que, a falta de oportunidades laborales, han buscado su hueco profesional en alguno de los cinco continentes. A estos aventureros solemos catalogarlos de héroes. Y muy difícilmente nos referiremos a ellos haciendo uso de estereotipadas etiquetas relativas a la inmigración.
El 26 de noviembre de 1966 (VN nº, 550), para José María Pérez Lozano, director de Vida Nueva, los emigrantes españoles no andaban cortos de heroicidad. El Día del Emigrante escribía una carta en la primera página del semanario, instando a ayudarles, “porque es mucho lo que estáis dando y mucho lo que estáis haciendo”.
A veces, nuestra narrativa es implacable cuando se trata de personas que provienen de Siria, Irak o del continente africano. Para nosotros son “inmigrantes”. Palabra prohibida, si se trata de un inversor extranjero que viene a España con un título y capital debajo del brazo. Porque, como a Trump, se nos suele olvidar que el diploma decisivo es el de ser Persona, que acredita derechos inherentes a la naturaleza humana.
Publicado en el número 3.013 de Vida Nueva. Ver sumario