FRAY JAVIER ACERO, agustino recoleto, director del Colegio Fray Luis de León de Querétaro (México)
El beato Juan Pablo II fue el gran iniciador de la Jornada Mundial de la Juventud. Su carisma y su preocupación por los jóvenes nace de la experiencia vivida en Polonia. Fue un sacerdote dedicado a los jóvenes, y también fue un joven que convivió con los sacerdotes, religiosos y religiosas de su tiempo.
Acompañar a los jóvenes en este siglo XXI es una tarea apasionante y comprometida. No se trata de evangelizar con la Palabra solamente desde un salón parroquial o el aula de la escuela; se trata de acompañar e integrar la Palabra en su mundo: la Red, las tecnologías, los mensajes de pocas palabras y de fuerte contenido.
Los nostálgicos del pasado conciben los grupos juveniles desde el coro parroquial y las actividades extraordinarias de la comunidad; son los conformistas, que tienen la conversión personal, pastoral y comunitaria ausentes en sus vidas. Hoy, el joven necesita escucha, atención y nuestra oración. Acompañar a los jóvenes es un don que uno recibe cuando está con ellos, y una tarea imprescindible para el futuro de una Iglesia que quiere más gestos que discursos.
Me cuesta comprender que las fotos más vendidas en las agencias de noticias son aquellas en las que salen jóvenes tirando piedras, encapuchados, atrapados por redes de explotación de cualquier tipo. Esta juventud noticiosa la hemos construido todos, a través de la indiferencia hacia sus problemas afectivos, y también por no poner remedio a su fracaso en el proceso educativo.
Los jóvenes son una tarea, no una moda pasajera.
Tarea de todos es acompañarles para que descubran
el don de ser discípulos y misioneros,
para que sean solidarios con las necesidades
de los que nada tienen y sean jóvenes
que conviertan sus realidades, educando en el amor.
Cuando trabajas con los jóvenes, aprendes. Su lenguaje, su música, su manera de vestir nos aportan datos. Los participantes en la JMJ interpelan con sus gestos: para unos, es testimonio vivo de una Iglesia que va adquiriendo fuerza a través de una juventud convencida; otros califican a esta juventud católica de radical, vacía y teledirigida. Claro que todo esto se hace desde un sillón de oficina, para no comprometerse a vivir en un mundo lleno de esperanza y de responsabilidad.
El Documento de Aparecida nos invita a un encuentro con Jesús profundo, que convierta nuestra espiritualidad en gestos de amor y de paz. Y a este encuentro van los jóvenes, a querer hablar de Él, desde diversas culturas, con distintas lenguas, a ofrecer la mejor solución ante el vacío de vida que existe entre los jóvenes de su misma generación.
La Jornada Mundial de la Juventud es un don que tiene la Iglesia gracias a las comunidades parroquiales, las misiones, las experiencias fuertes de oración, la extraordinaria vida religiosa, los movimientos laicales y, sobre todo, gracias a Jesucristo, que sigue llamando al joven a no tener miedo, a demostrar su fe desde el convencimiento de que es nuestro m en el encuentro con el CELAM ejor argumento.
Los jóvenes son una tarea, no una moda pasajera. Y si nos ocupamos más de ellos, la violencia disminuirá y la educación y la justicia aumentarán. Tarea de todos es acompañarles para que descubran el don de ser discípulos y misioneros, para que sean solidarios con las necesidades de los que nada tienen y sean jóvenes que conviertan sus realidades, educando en el amor.
Los jóvenes son un don y una tarea. Río de Janeiro ha sido una pequeña muestra de lo que hay repartido por el mundo.
En el nº 2.859 de Vida Nueva