(José Luis Corzo– Profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid)
“Propongo evaluar cuánta cultura del cristianismo habrá perdido España, al sostener durante 29 años que la clase de Religión es para formar a los nuestros y no para informar a todos”
Aquel tipo no buscaba hacer daño, sino que -incapaz de evaluarlo- se mantenía inocente. Ésa era su fuerza invencible: su estupidez. Que el estúpido es más peligroso que el malvado ya lo sabía yo por experiencia y lo leí también en el librito más inteligente que conozco sobre la estupidez, Allegro ma non troppo, de C. M. Cipolla: “Una persona estúpida es una persona que causa un daño sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
Pero mi apunte en la libreta de intuiciones, para ver la vida y escribir estas columnas, añadía una posible causa: era incapaz de evaluar los daños; y además, un paralelo: “Había otro tipo que no buscaba hacer daño, sino que -incapaz de evaluarlo- se creía siempre en posesión de la verdad”. Mira por donde, como advirtió Muñoz Seca, ¡los extremeños se tocan! Estúpidos y sabihondos en el mismo saco y, a veces, también en la Iglesia.
La salida democrática para evitar que estos tipos se hagan con el poder, fueron las urnas. Pero mi librito advierte que “siempre e invariablemente cada uno de nosotros subestima el número de estúpidos que circulan por el mundo” y -más terrible aún- que “la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. Así que las urnas tampoco garantizarían todo ni en la Iglesia.
¿Y las evaluaciones rigurosas? Los estudiantes todavía las aguantan (los profesores, menos); y en las empresas se han hecho imprescindibles. La Iglesia ni es estúpida ni se cree siempre en la verdad. Propongo evaluar cuánta cultura del cristianismo habrá perdido España, al sostener durante 29 años que la clase de Religión es para formar a los nuestros y no para informar a todos.