CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
” […] Lo “eclesialmente correcto” es, nada menos, que el misterio y la teología de la resurrección de Cristo. La Iglesia vive de la fe en el Resucitado. Esta es la garantía: Cristo vive.”
Se hizo tan popular como repetida, machacona y aplicada frecuentemente con más sorna que contenido. Es lo “políticamente correcto”. Aunque suele emplearse, sobre todo, en un sentido negativo y para justificar la disidencia: “Aunque no sea políticamente correcto…”.
Un tanto de lo mismo se podría decir de cualquier otro sector social y de sus normas, estilos y formas de hacer las cosas. Económicamente correcto socialmente correcto, eclesialmente correcto…
Lo “correcto”, al menos en lenguaje doméstico, no tanto se entiende como lo bien hecho, sino como lo calculado e impuesto. Algo así como un timo a lo creativo y a la libertad.
Lo eclesialmente correcto no es que se escape a estas apreciaciones, sino que se trata de algo completamente distinto y nuevo. Tiene su razón. La que ofrece el último canon del Derecho Canónico: “Teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia”.
Códigos, leyes, normas y disposiciones que cumplir tiene la Iglesia en abundancia. Y no solo han de servir como ayuda a la disciplina y buen funcionamiento de la institución, sino de apoyo y acercamiento a lo que es la misión de la Iglesia: llevar el Evangelio, hacerlo con fidelidad y conseguir la transformación de la humanidad entera en ese esperado reinado de amor, de justicia y de paz, al que sigue llamando Jesucristo.
Todo ello, tan importante como imprescindible. Pero, lo “eclesialmente correcto” es, nada menos, que el misterio y la teología de la resurrección de Cristo. La Iglesia vive de la fe en el Resucitado. Esta es la garantía: Cristo vive.
La tumba está vacía. Este es el silencioso testigo, como decía Juan Pablo II, de nuestra causa cristiana. Cristo es el vencedor de la muerte. Su presencia resucitada avala definitivamente el anuncio del reino de Dios. El mundo es distinto. Lo ha trasformado la acción redentora de Cristo. Esta es la confesión de la fe y la permanente tarea de la Iglesia.
La Iglesia existe para evangelizar. Para poner en medio del mundo el misterio de la resurrección de Cristo y hacer que todo se trasforme en ese deseado reino de Dios, que tendrá su consumación más allá de los tiempos. Porque, en la muerte de Cristo, nuestra muerte ha sido vencida, y en su resurrección, hemos resucitado todos (Prefacio Pascual II).
Mientras tanto, los apóstoles, el Papa y los obispos quedan constituidos en fundamento de la fe de la Iglesia. Esto es lo eclesialmente correcto. La Iglesia tiene su cimiento y su tarea en el anuncio de la Palabra, la celebración del Sacramento y la práctica del Mandamiento nuevo.
Decía Benedicto XVI: “La Iglesia pretende continuar hoy, sin buscar el poder y sin pedir privilegios o posiciones de ventaja social o económica. El ejemplo de Jesucristo, que pasó haciendo el bien y curando a todos, es para ella la norma suprema de conducta en medio de los pueblos. (Al Presidente de Italia, 24-6-2006).
En el nº 2.749 de Vida Nueva