Ecologistas y promotores de paz

Ecologistas y promotores de paz

Elda Margarita Suárez. Profesora de Ecología  en la Escuela Superior de Estudios FranciscanosELDA MARGARITA SUÁREZ | Profesora de Ecología en la Escuela Superior de Estudios Franciscanos

Desde que Lynn White achacara la responsabilidad de la crisis ambiental a un sector importante de la tradición judeo-cristiana, a finales de los años 60 del siglo pasado, se ha acentuado la relación entre ecología y religiones. En la primera década del siglo XXI, se ha acudido a estas en ayuda para el cambio cultural que el desafío ecológico plantea.

Las diferentes tradiciones religiosas pueden contribuir con gran impacto global a la construcción de una cultura de la sostenibilidad, por el gran número de fieles que suman a nivel mundial (un 80% de la población) y por la multitud de previsiones económicas, en contra de la codicia y el despilfarro y el uso no instrumental y relacional con la naturaleza, como señaló Gary Gadner en Cómo involucrar a las religiones en la construcción de civilizaciones sostenibles.

Pues bien, hace algo más de un año, se conocía que el papa Francisco trabajaba en un documento en el que insistía en su preocupación por la cuestión ambiental. En la misa de inauguración de su pontificado, ya se refirió a la necesidad de custodiar la naturaleza. Recientemente, el presidente del Consejo Pontificio ‘Justicia y Paz’, y colaborador del Pontífice en este documento, Peter Turkson, se refería al problema del calentamiento global y, en relación con este, al deber de cuidar la creación y la necesidad de desarrollar una ecología integral, concepto en el que, al parecer, no se incluye solo el cuidado del ambiente, sino el del ser humano.

Los predecesores de Francisco también habían aludido reiteradamente a temáticas ecológicas. Subrayaron la necesidad de cambiar los estilos de vida; la responsabilidad en la debida utilización de los bienes, (Juan Pablo II); la promoción de “formas de producción agrícola e industriales respetuosas con el orden de la Creación y satisfactorias para las necesidades primarias de todos” (Caritas in veritate, n, 69).

En fin, han hablado de una “ecología de la paz” (Benedicto XVI), como superación y síntesis de la ecología natural y humana. Ecología integral, ecología de la paz, resultan ideas inspiradoras. La complejidad e interdependencia de nuestro mundo, que hace patente el conocimiento ecológico, pueden ser releídas desde una perspectiva cristiana.

El reto actual de la teología de la creación de redefinir las relaciones en la triada Dios-Cosmos-Hombre, conlleva la humildad de considerar el cosmos como don, como joya, objeto de cuidado del hombre. La Encarnación, por su parte, enaltece el cosmos y dota de sentido a este y al hombre para su común salvación. Una ética ecológica cristiana se concreta en el cuidado de sí mismo, del otro y del común nicho ecológico.

Se refleja en la recreación de sistemas productivos cíclicos que respeten los ritmos naturales y de un orden global que favorezca la satisfacción de las necesidades de todos, especialmente de los más débiles y desfavorecidos. En fin, una ecología que promueva la paz.

En el nº 2.938 de Vida Nueva

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