Ecos de Navidad (I)

Alberto Iniesta(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“Es que el belén permite una infinita variedad, aun dentro de la unidad del motivo navideño. Su riqueza plástica no tiene comparación con la monotonía del árbol de Navidad, que últimamente se quiso introducir entre nosotros como único símbolo navideño”

Pese a cierta propaganda del laicismo radical, desaconsejando las expresiones populares de la Navidad, como la instalación del belén o la cabalgata de los Reyes Magos, parece que este año han mantenido la pujanza de siempre, o más aún. 

Habría que recordar, de paso, que la figura de Papá Noel tiene también un origen cristiano. Se trata de Santa Klaus, San Nicolás de Mira (o de Bari), un obispo oriental del siglo III al IV, que existió realmente, aunque su vida esté envuelta en algunas leyendas que quieren expresar su gran caridad y sus limosnas a los pobres con donativos y regalos. Pero la celebración de los Reyes Magos tiene, al menos en España, una popularidad incomparable, muy superior a la de Papá Noel.

Aunque cuando yo era niño ninguno de mi casa íbamos a la iglesia para nada (gracias a Dios, más adelante los seis fuimos entrando en el redil, cada uno por un camino diferente), poníamos belén, y yo tengo de él un recuerdo entrañable. Todos me gustan, tanto los monumentales y espectaculares como los pequeños, ingenuos y sencillos. Es que el belén permite una infinita variedad, aun dentro de la unidad del motivo navideño. Su riqueza plástica no tiene comparación con la monotonía del árbol de Navidad, que últimamente se quiso introducir entre nosotros como único símbolo navideño. Pero, por mucho que se le adorne, la verdad es que caben  en él muy pocas variantes. 

Además, habría que añadir un aspecto al que hoy la sociedad es afortunadamente más sensible: me refiero a la ecología. Ese árbol, por ejemplo, ahora cortado y sangrando savia por la herida, había nacido y crecido en medio de un hermoso bosque. Y ahora, sin necesidad, se le arranca de su tierra y de su ambiente, condenado a una lenta agonía y a la muerte

¡Y todo eso, para honrar al Señor de la creación, que supo morir en un árbol para injertarnos en el árbol de la vida eterna!

En el nº 2.645 de Vida Nueva.

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