JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista
Desde el litoral gaditano, Antonio Añoveros, un obispo imbuido del Concilio, había escrito una carta sobre la clase de Religión a los centros educativos de su diócesis, reprendiendo a aquellos que seguían utilizando “programas y textos” que no estaban adaptados a las enseñanzas conciliares.
Hacía ya algún tiempo que, a mil doscientos kilómetros del prelado de la diócesis gaditana, unos presbíteros catalanes habían enviado una carta a la Comisión Episcopal de Enseñanza señalando las “imprecisiones y errores, tanto históricos como doctrinales”, relativos a la Reforma protestante. Este grupo solicitaba una revisión a fondo por especialistas en historia y teología.
Y, el 5 de noviembre de 1966 (nº 547), Vida Nueva les daba voz, destacando algunas frases literales que utilizaban “epítetos injuriosos y pocos objetivos” sobre la Reforma. Para subsanar ese talante antiecuménico, el obispo de Cádiz exigía a los profesores que tuvieran el deber profesional de “suplir y completar” lo que fuera necesario.
Cincuenta años después, seguimos teniendo la asignatura ecuménica pendiente, ya que, a veces, nos obcecamos en subrayar lo que nos separa por encima de lo que nos une. Pero esta materia no es teórica ni se aprueba con un viaje del Papa a Lund (Suecia), sino compartiendo y viviendo la fe entre distintas denominaciones cristianas. Una práctica cercana a Europa, y a kilómetros de distancia en España.
Publicado en el número 3.010 de Vida Nueva. Ver sumario
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