(Jorge Juan Fernández Sangrador– Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca y director de la BAC)
“Se cree que Egeria, o Eteria, era natural del noroeste de España (…) Una carta, escrita en la segunda mitad del siglo VII por el abad Valerio a los monjes del Bierzo en loor de la peregrina, es tenida por muchos como el documento que acredita realmente que ella fue la autora del Itinerario“
Este verano ha habido miles de peregrinos en Tierra Santa; apostados a la entrada del Santo Sepulcro de Jerusalén, han tenido que aguardar pacientemente a que les llegara el turno de besar la losa sobre la que fue depositado el cuerpo sin vida del Señor y sobre la que se alzó glorioso en su resurrección. Tras recorrer los Santos Lugares, los viajeros han regresado a sus hogares y la mayoría se lleva, entre innumerables vivencias y en ocasiones no menor número de compras, el recuerdo de un nombre de mujer: Egeria.
Probablemente nunca antes habían oído hablar de ella, pero ningún guía que se precie de tal puede dejar de evocarla en el Cenáculo, Santo Sepulcro, edícula de la Ascensión, basílica del Padrenuestro, Getsemaní, Belén, Betania, amén de los montes Sinaí y Nebo. Los liturgistas, en cambio, la conocen bien, pues ha dejado escrito en su diario de viaje -conocido como el Itinerario– un valiosísimo testimonio de cómo se celebraban los divinos oficios en Jerusalén.
Se cree que Egeria, o Eteria, era natural del noroeste de España, aunque no todo el mundo comparte esta opinión. Una carta, escrita en la segunda mitad del siglo VII por el abad Valerio a los monjes del Bierzo en loor de la peregrina, es tenida por muchos como el documento que acredita realmente que ella fue la autora del Itinerario y la península ibérica su cuna.
Egeria emprendió un viaje a oriente, que discurrió entre Nitria, en Egipto, y Constantinopla; duró aproximadamente tres años, del 381 al 384. En el Itinerario, traducido al español por Agustín Arce, se da cuenta igualmente de la visita a Tarso, ciudad de san Pablo, y a Seleucia de Isauria, en donde veneró el sepulcro de santa Tecla, discípula del apóstol de las gentes. Se recomienda, pues, su lectura a cuantos, en este Año Paulino, viajen a Turquía.
En el nº 2.630 de Vida Nueva.