El “club de la miseria”: más de 50 países forman parte de él

La existencia de recursos naturales valiosos en una nación pobre puede llegar a dificultar su desarrollo

(José C. Rodríguez) Hace años se hablaba de Tercer Mundo, pero cuando el derrumbe del comunismo acabó con la división de los dos bloques, muchos acuñaron el modelo “Norte-Sur” para explicar las desigualdades económicas. También hemos oído hablar de “países subdesarrollados” o “en vías de desarrollo”.

Pero para el economista británico Paul Collier, hay que distinguir entre países en desarrollo y aquellos que ni crecen ni avanzan, a los que llama “el Club de la Miseria”. Éste es precisamente el llamativo título de su libro, que acaba de publicarse en castellano (editorial Turner). Los integrantes de este poco atractivo club son 58 países que suman unos mil millones de personas. Aunque el autor se niega a dar un listado, el lector descubre que esta sexta parte de la humanidad vive sobre todo en África subsahariana, aunque también en lugares como Haití, Bolivia, Birmania, Laos y otras naciones de Asia central, como Afganistán.

Curiosamente, desde 1980 la pobreza mundial ha disminuido por primera vez en la historia. Países antaño pobres como India y China son el ejemplo más claro de países “en vías de desarrollo” que progresan y donde –como ocurría hace 50 años en Europa– la gente tiene la sensación de que sus hijos vivirán mejor que ellos. Pero en los malauis y las etiopías del mundo, enormes masas de seres humanos no se encaminan hacia ningún futuro mejor, sino que van a la deriva, mueren antes de los 50 años y sus niños padecen desnutrición crónica.

Las cuatro trampas

¿Por qué muchas sociedades que fueron pobres están levantando cabeza y otras no lo consiguen? Para el profesor universitario de Oxford y antiguo oficial del Banco Mundial, “la respuesta está en las trampas”. Según explica, “a base de trabajo, ahorro e inteligencia, una sociedad puede salir de la pobreza… siempre que no se quede atrapada en uno de estos cuatro cepos”, a saber: conflictos violentos, recursos naturales valiosos, falta de salida al mar y mal gobierno.

No es casualidad que la mayor parte de las guerras se ceben en sociedades pobres, donde la vida en sí no vale mucho y los jóvenes reclutados por los ejércitos de insurgentes salen baratos. Collier cita el caso del antiguo Zaire, donde el líder rebelde Laurent Kabila dijo a un periodista que lo único que le hacía falta para hacerse con el poder era “diez mil dólares y un teléfono satélite”. En Zaire todo el mundo era tan pobre que con esa cantidad no era difícil contratar un ejército. ¿Y el teléfono? Con él, Kabila cerró infinidad de tratos con empresas extractoras de recursos antes de ocupar la capital.

Paradójicamente, el descubrimiento de recursos naturales valiosos en un contexto de pobreza, lejos de abrir paso a la prosperidad, se convierte en una trampa. Ejemplos como los de Nigeria, Chad, Angola e Irak, grandes productores de petróleo, muestran que, a menudo, la dependencia de estos recursos favorece la autocracia y el clientelismo en la política.

También algunas circunstancias geográficas, como la falta de salida al mar, tienen importancia, aunque esto depende de los vecinos que el país en cuestión tenga. ¿Por qué Uganda es pobre mientras que Suiza es rica? Porque el acceso de Suiza al mar depende de la infraestructura de Alemania e Italia, mientras que el acceso de Uganda depende de las pésimas carreteras de Kenia. Además, para un país así, las manufacturas no

podrán acceder al mercado global en condiciones ventajosas. Por último, el mal gobierno puede destruir un país que empieza a levantar cabeza a una velocidad de vértigo. Así ha ocurrido en Zimbabwe, que bajo la dictadura de Mugabe se ha hundido en la miseria más absoluta.

¿PERO ES POSIBLE ABANDONAR EL CLUB?

¿Hay soluciones para salir de estas trampas? Según el autor, hay que acabar con la tendencia a culpar al colonialismo de todos los males porque hace creer a los más pobres que no pueden solucionar sus propios problemas. Algunas de las salidas pasarían por la diversificación de las exportaciones, el desarrollo de sectores como el textil y la agricultura a gran escala y, en el caso de África, organizarse alrededor de federaciones regionales. En el ámbito global, Paul Collier apuesta también por realizar cambios en las normativas internacionales y en las políticas comerciales.

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