JOSÉ GABRIEL VERA, director del Secretariado de Medios de Comunicación Social de la CEE | La reciente celebración de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales ha puesto de manifiesto la necesidad de combinar sabiamente el silencio y la palabra para abrir la posibilidad al diálogo, para hacer una comunicación profunda, seria y reflexionada, y para permitir discernir los elementos de verdad que tiene toda comunicación.
Es cierto que la sociedad en la que nos movemos, marcada por una posmodernidad que ha minado la capacidad de altura y profundidad del ser humano, no es el contexto más adecuado para la comunicación.
El pensamiento líquido ha sustituido al pensamiento sólido que traía consigo la sabia combinación de tradición, reflexión, libertad y verdad. Ahora las verdades definitivas y profundas no son fácilmente asimilables en el entorno en el que vivimos. Sin embargo, sin verdad no hay comunicación y en la mentira solo cabe la incomunicación.
Los obispos de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación decían en su mensaje que al hombre solo le humaniza el acceso a la verdad, y que la comunicación de la mentira, su difusión, su globalización trae consigo la deshumanización del hombre y de la sociedad que estamos viviendo.
La existencia de esos medios, y de esos programas, en los que la verdad ha quedado acallada por el entretenimiento –sobre todo cuando es de baja estofa–, pueden llevar a la Iglesia a una doble tentación en su necesario camino para el anuncio de la Verdad: el hastío o el desprecio.
No sería adecuado que la Iglesia se cansara de anunciar a través de los medios de comunicación, propios o ajenos, la verdad de Cristo y el amor de Dios, aquello que el hombre necesita para ser plenamente hombre. Es cierto que la realidad de los medios puede resultar cansina, pero el mandato brota del Señor: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio”. Y para ello no se puede prescindir de los medios.
En el nº 2.803 de Vida Nueva.
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