El azote de las becas

El azote de las becas

JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES DoJesús Sánchez Camacho, profesor CES Don Boscon Bosco

Muchos de los que somos hijos del Estado del bienestar, cristalizado tangencialmente en la Ley de Reforma Universitaria de 1983, la LOU de 2001 o la LOMLOU de 2007, no solo debemos dar gracias a una familia y amigos que nos arroparon desbordados de afecto. Es justo reconocer a un Estado que supo estar a la altura, obsequiándonos con un empujón económico, palanca de nuestro andamiaje intelectual.

Si te administrabas bien, el dinero se convertía en un tejido elástico con el que hacías frente a los gastos de matrículas, libros, reprografía, idiomas, alojamientos, dietas o transporte. Es cierto que, mientras madrugábamos o pasábamos noches velando los apuntes, otros derrochaban sus ahorros en verbenas. Pero la jarana era pan para hoy y denegación de beca para mañana.

En la década de los 60, envuelta en una atmósfera de caos universitario, permanece en vigor la LOEM de 1953. El Gobierno otorga becas a alumnos destacados cuyas familias abrazan la pobreza. Pero en abril de 1965, a partir de una polémica comparecencia de Isidoro Martín, comisario general de Protección Escolar y Asistencia Social, la noticia de la eliminación de las ayudas causa revuelo mediático.

no-se-suprimen-las-becasEn el nº 455 de Vida Nueva, la aguerrida periodista Mary G. Santa Eulalia consigue una entrevista con el autor de las declaraciones, quien le explica su plan: “Sustituir las becas actuales, a fondo perdido, por préstamos al honor y sin interés, exclusivamente para alumnos de Universidad y Escuelas especiales”.

Desde 2012, causa vértigo asomarse al sistema de becas que viene imponiéndose, con un coste de 275 millones de euros menos para las arcas del Estado. Sometidas a un 6,5 en el expediente académico, al número de demandantes y al presupuesto de cada año, las ayudas rondan los 6.000 euros por alumno, en el mejor de los casos. Es legítimo querer ahorrar para pagar a Bruselas. Pero limitar recursos en educación es un coste social que genera pan para hoy y subdesarrollo para mañana.

Ya dijo Michel de Montaigne que en educación hay que gastar sin miramientos.

En el nº 2.936 de Vida Nueva

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