(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Algunos hipercríticos se pasan el tiempo buscando imperfecciones y faltas en la Iglesia. Cuando se trate de pecados que cometemos los cristianos, será cuestión de pedir perdón, como ya hacen los papas. Pero que nadie nos impida la alegría de gozar del banquete de Dios en este mundo”
A veces, los cristianos nos podemos parecer a esos niños ricos que tienen de todo a su alcance sin darle importancia ni casi darse cuenta, pero cuando les falta lo más mínimo, ponen el grito en el cielo. Es, en parte, explicable. La repetición y la rutina pueden hacer que hasta lo más sublime y milagroso nos parezca normal y natural, olvidando que lo recibido cada vez es un mensaje y un regalo de Dios, que nos recuerda su amor de padre y de madre. Por eso, es necesario que de cuando en cuando hagamos un repaso, un recuento de los bienes que tenemos en la Iglesia, vistos a la luz de la fe.
Naturalmente, la Iglesia de la Tierra tiene también pecados, limitaciones y defectos, porque en este mundo, menos Dios, todo es siempre perfectible, hasta la Iglesia del Cielo, que está todavía en construcción. En los mismos documentos del Concilio Vaticano II, por ejemplo, los expertos descubren que le faltó tratar más a fondo la teología del Espíritu Santo, y que ciertos aspectos de la eclesiología progresan según el desarrollo de las distintas sesiones. Pero eso no puede impedir que siga siendo una fuente de luz para nosotros.
Si en esos banquetes tan sofisticados, con gran número de platos preparados por los mejores cocineros, algún gastrónomo exquisito encontrara que ciertos platos estaban más o menos cocidos, asados o gratinados, aunque no fueran imaginaciones suyas y llevase razón, no por eso nadie se quedaría sin comer y disfrutar de tantas cosas buenas que tenía delante. Algunos hipercríticos se pasan el tiempo buscando imperfecciones y faltas en la Iglesia. Cuando se trate de pecados que cometemos los cristianos, será cuestión de pedir perdón, como ya hacen los papas. Pero que nadie nos impida la alegría de gozar del banquete de Dios en este mundo, que nos sirve con tanta abundancia la madre Iglesia, como sabia y amorosa cocinera.
En el nº 2.644 de Vida Nueva.